jueves, mayo 21, 2009

Libros errantes

Con el objetivo de acercar a los niños a la lectura, en el estado de Morelos se creó La Vagabunda, un proyecto de biblioteca itinerante -único en su tipo- que promueve la cultura escrita a lo largo de esa entidad y que busca seguir su paso por todo el país.


Claudia Altamirano y Ricardo Arce
Foto: Javier Armas-Cerón
Publicado en Milenio Semanal: http://semanal.milenio.com/node/555

El pueblo estaba vacío. No había un solo cristiano en la calle, y la Biblioteca Vagabunda empezaba a perder la esperanza de recibir lectores ese día. Era 12 de diciembre y la fe había arrastrado a toda la población del municipio de Tlalnepantla (Morelos) a la iglesia, para celebrar a María de Guadalupe en su cumpleaños. Desesperanza de por medio, la Vagabunda abrió sus puertas y se dispuso a esperar. Al cabo de unas horas, el milagro sucedió: una oleada de niños -y adultos- abarrotó las calles y los niños corrieron hacia la Biblioteca. En pocos minutos, unos 300 pequeños revoloteaban dentro y fuera del tráiler, tomaban todos los libros de los estantes y elegían uno para leerlo. La Vagabunda se llenó de júbilo.


Uno de los que más emoción mostró con la lectura, el cuenta- cuentos y los talleres, fue Tomás, pero cuando le preguntaron si volvería al día siguiente, dijo que el trabajo en la nopalera se lo impedía. Por eso fue una gran sorpresa verlo llegar al día siguiente, ocultándose como proscrito en ese lugar que no sólo sirve para aprender, sino para refugiarse de una realidad decepcionante: los libros le habían cautivado de tal forma, que Tomás se escapó de la nopalera para leer.

Animados por el atrevimiento de Tomás, sus primos y hermanos lo siguieron y llegaron más tarde al tráiler de la Vagabunda, donde pasaron una tarde más saciando su curiosidad de conocer, aprender y, de paso, librándose de recolectar nopales bajo el rayo del sol. Y resulta comprensible: en esas condiciones es aun más difícil resistirse al encanto de la lectura. Viajar, saber, conocer cosas que la cotidianeidad no muestra y olvidarse de ella por horas: esa es la posibilidad que ofrece la Vagabunda: acortar la distancia entre los niños y los mundos ocultos en los libros. Se trata de una biblioteca infantil itinerante, instalada en un tráiler, con alrededor de mil volúmenes de 30 editoriales diferentes y con autores como Juan Gedovius, Gilberto Rendón, Francisco Hinojosa, Elena Poniatowska, Elena Dresser, María Baranda, Monique Zepeda, Bernardo Fernandez Bef, Antonio y Javier Malpica, entre los más conocidos.

Los niños -y sus papás- se ponen cómodos en dos grandes sillones de lectura que, en la parte trasera, tienen pupitres desplegables, para leer libros de gran tamaño, o tal vez dibujar o escribir; o en los ocho puffs que, en ciertas ocasiones, además de ser un cómodo asiento son utilizados como el área para echarse una planchita o un clavado.

(Foto: Ricardo Arce)

También se imparten talleres de elaboración de máscaras monstruosas, poesía, papiroflexia, títeres, pintura, dibujo y ciencia; actividades para las cuales el tráiler está preparado con concha acústica, tramoya para iluminación, instalaciones eléctricas para audio y plataforma para foro escénico. Armada con esa infraestructura, la Biblioteca Vagabunda ha recorrido 18 de los 33 municipios del estado de Morelos, su lugar natal, llevando lectura y talleres a los niños de esa entidad.

Buscando transformar la representación social de la biblioteca como un espacio serio, aburrido y formal, la biblioteca Vagabunda se erigió como un centro cultural itinerante cuyo espíritu es el de la promoción de la lectura y la escritura.

Para su arranque, se invirtieron dos millones de pesos en la biblioteca Vagabunda, de los cuales el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) aportó un millón 670 mil y el Instituto de Cultura de Morelos 200 mil pesos.
Bajo el lema de “leer y escribir cambian tu vida”, este proyecto -único en su tipo en todo el país y que recién cumplió su primer año- busca trascender sus límites territoriales y acercar la lectura a niños de otros estados, para lo cual sería necesario un mayor apoyo de las instituciones culturales federales o, en su caso, de los gobiernos estatales que quieran recibir a la Vagabunda.

La Biblioteca inició su viaje el día 30 de abril de 2008, en el municipio de Zacualpan, priorizando la visita a municipios y comunidades marginadas respecto al acceso a servicios culturales. Su nombre está inspirado en “El Castillo Vagabundo”, película de Hayao Miyazaki cuyo protagonista es un castillo mágico andante.

“Es un centro cultural itinerante enfocado a la promoción de la cultura escrita, dirigido fundamentalmente a niños y jóvenes. Es una manera de afirmar que la lectura y escritura son actividades que se pueden realizar en cualquier lugar”, afirma Bárbara Martínez, coordinadora operativa del proyecto de la Vagabunda.

Es como si se presentara el flautista de Hamelin en Morelos. En esas tierras del general Zapata, aparece de manera espectacular una biblioteca ambulante, para niños de todas las edades; una biblioteca que, como dicen ellos “es como en la película de transformers, a la que nomás le hacen falta hélices pa’ volar”. Esas alas las ponen los pequeños con su imaginación, con los libros y talleres que animan a la escritura.

Trabajar para un público infantil requiere de una capacidad especial, casi de una virtud, no sólo para lidiar con ellos, sino también para saber mantener su interés. Es por ello destacable la tarea que el personal de la Vagabunda lleva a cabo, pues no solo ha conseguido captar la atención de un público infantil cada vez más afecto a la tecnología y en un país poco cercano a la cultura, sino que incluso ha logrado venderla: tanto niños como adultos, salen de la Vagabunda buscando los libros que vieron en ella para adquirirlos.

“Como es un proyecto que se desarrolla en comunidades rurales, que regularmente tienen mucho rezago respecto a servicios culturales, los niños se sorprenden mucho de encontrar una unidad móvil. A veces dicen que es un robot, les emociona mucho el tema tecnológico y les gusta leer; los niños son el público que más lee, les agrada un sitio donde puedan hacerlo y disfrutarlo. Hay niños que se quedan todo el día, ni se van a comer”, relata Bárbara.

Entre ellos, brilla por su constante presencia una pequeña de siete años, de la cual el personal de la Vagabunda no conoce nombre, lugar de origen ni situación familiar, pero que asiste, invariablemente, a todo sitio donde se presente la biblioteca. Pareciera que le sigue los pasos.
Incluso hay testimonio epistolar del entusiasmo que la Vagabunda ha causado en los niños morelenses: muchos de ellos escriben cartas a la Biblioteca, en las que expresan su gusto y agradecimiento por el rato que pasaron en ella.

La última parada de la Biblioteca Vagabunda fue en Cuernavaca, en el marco de la tercera Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil de Morelos, celebrada del 2 al 4 de abril pasados. El auditorio Teopanzolco de esa ciudad albergó a la biblioteca, que no tuvo un minuto de tranquilidad: los niños iban y venían, permanecían un rato mientras miraban cada libro que atraía su atención en los estantes –o los que su estatura les permitía alcanzar-, mientras sus padres los esperaban y, de paso, leían algún libro de Mafalda o del monero Trino.

Después de leer –en algunos casos sólo después de ver algunas páginas- tanto los niños como sus madres preguntaban si los libros estaban a la venta, tras lo cual se dirigían a los puestos de las editoriales para adquirirlos.

Pero el entusiasmo desbordante no sólo era de los niños. Una mujer que llevó a sus dos hijos a pasar un rato en la biblioteca, tomó un ejemplar y lo leyó. Al cabo de un rato ya no podía parar de reír y, como la Vagabunda estaba ya por cerrar sus puertas, la señora escondió el libro al fondo de un estante, para poder hallarlo al día siguiente y continuar su lúdica lectura. Pidió disculpas por su atrevimiento pero pidió que no sacaran el libro de allí, y sugirió a uno de los encargados leer ese libro –del cual desconocen el título porque no supieron dónde lo ocultó-.
Cuando la biblioteca llega a comunidades como Telixtac (municipio de Axochiapan), los niños salen de sus escondites, caen de los árboles como frutos, llegan con esas sonrisas de sol que le ponen a sus dibujos y se quedan ahí, las siete horas que permanece abierta. Un fin de semana para escribir, leer y escuchar cuentos; para hacer poesía, escribir cartas imaginarias, para jugar y pintar, eso es la biblioteca Vagabunda.
La biblioteca Vagabunda se apropia de los espacios de interacción cotidianos de la comunidad: el mercado, la plaza pública, la fiesta patronal, la cancha deportiva, la plaza de toros. El objetivo, señalan sus creadores, es que los niños puedan consultar un libro en cualquier parte, que la lectura sea una de las actividades que realizan cotidianamente; que los talleres propicien espacios de imaginación y escritura para que, cuando la biblioteca se vaya, quede la curiosidad y la inquietud por leer y escribir.

Otro de los aspectos fundamentales de este proyecto es la creación de vínculos y convenios con otros actores civiles y gubernamentales interesados en el tema, como la Dirección Estatal de Bibliotecas Públicas, la Comisión Nacional de Fomento Educativo (CONAFE); gobiernos municipales, coordinadores de salas de lectura, así como grupos y promotores culturales, quienes se encargarán de dar seguimiento y acompañar a los potenciales lectores y escritores que se quedan en la comunidad.

Así, la Biblioteca sale a vagar todo el fin de semana cada quince días, con un reducido personal que hace posible el proyecto: un chofer, la coordinadora operativa, dos talleristas, un cuentacuentos y en ocasiones un artista o grupo artístico.

“Si tuvieras un amigo que viviera en un lugar lejos de aquí, ¿qué le dirías? Si pudieras decir una mentira, no una mentirita, si no una mentirota como ‘hace dos semanas un gigante vino a mi pueblo, y su cara medía más que mi casa y sus pies eran tan grandes como la nopalera…’ ¿Lo harías? Bien, hoy le escribiremos a un amigo imaginario esas mentirotas que a veces, nadie nos cree”. Así arranca Carmen Gamiño su taller “Palabras que vuelan”, en el que además de incitar a la imaginación mediante la escritura, los niños realizan un pequeño papalote con esa hoja. Al final, el cuento coloreado y volátil es tirado por un pequeño hilo.