El pesimismo ha sido siempre uno de mis mejores consejeros. La
realidad es tan triste, que los malpensados apostamos siempre a ganar, y hasta
nos aburrimos de tener siempre la razón. Pero últimamente me he dado cuenta de
que perdí algunas de mis apuestas.
En la adolescencia creí que llegaría al final de mi vida sin
ver al mundo cambiar. Muchas de las cosas que creí que moriría sin ver,
ocurrieron tan simultáneamente, que sólo dimensioné los hechos desde el punto
de vista periodístico- histórico, pero no advertí que estaba atestiguando cómo
el mundo, después de todo, sí cambia.
Yo pensaba que había llegado tarde al mundo. Que las grandes
revoluciones, los movimientos sociales que se escriben en los libros de
historia sólo podría verlos ahí, y que esto era lo máximo a lo que podríamos
aspirar. Bueh, denme chance, era adolescente.
Hoy estamos ya muy habituados al matrimonio homosexual, la
adopción para estas parejas, la tolerancia hacia las diferencias religiosas y
casi las políticas, y la discriminación es vista como una actitud cavernícola.
Ya no es la regla, ya no es lo normal. Me queda claro que hay regiones del
mundo donde la intolerancia sigue imperando, y aún hay problemas de hace dos
siglos que nos siguen aquejando, pero ya no son mayoría, los liberales ya no
son unos cuantos locos que creen que un día van a cambiar al mundo. De hecho lo cambiaron, y gracias a eso, han
ganado adeptos. Su locura es hoy una fórmula probada.
Y fue mi pesimismo el que me desanimó a intentar cambiar el
mundo: nunca me adherí a ningún movimiento, nunca fui a una sola marcha, y creí
que la sociedad jamás sería capaz de organizarse de una forma seria y efectiva
para hacer girar las ruedas del cambio. La falta de fe me impidió unirme a las
causas, así que me conformé con luchar yo sola por mis propias libertades.
Y creí que mi vida entera tendría que luchar –sola- contra
los prejuicios y las mentes cerradas; contra la inconsciencia ambiental y el
maltrato animal; contra la homofobia, las infamias de la religión católica y el
libre ejercicio femenino de la sexualidad. Incluso, contra las iniquidades –e inequidades-
del feminismo.
Les creí a los que me dijeron que no encontraría trabajo
formal con tatuajes –y aún así asumí el riesgo- y hoy castigan a los que discriminan
por este motivo; creí que debía resignarme a morir de enfisema porque luchar
contra los fumones era caso perdido, y hoy existe la ley antitabaco en mi
ciudad; creí que siempre tendría que
ocultar mi opinión sobre toros y toreros, y hoy hasta hay iniciativas legales
contra esta práctica; creí que los gays siempre serían relegados y atacados y
hoy son reconocidos legal y socialmente; creí que nunca conocería otra persona
que reciclara el agua, separara la basura y pepenara residuos para su reutilización,
pero hoy las iniciativas ambientales son cada vez más arriesgadas, más
populares, redituables y muchas hasta son leyes.
Bueno, hasta creí que siempre sería un bicho raro mal visto
por mi acidez, sarcasmo, pesimismo y honestidad insultante, y hoy resulta que
hasta está de moda la “irreverencia”. Bah.
Lo único que espero ahora, es que el regreso del PRI no dé
marcha atrás a todos los triunfos que la sociedad ha conseguido. It’s up to us.