miércoles, enero 02, 2013

Arraigo

Durante el sexenio pasado, varias veces dije que si el PRI ganaba la siguiente elección federal, me iría del país.

Quien me conoce bien, sabe que yo sólo estaba alardeando. Extrapolando mi posible reacción ante tan trágico suceso. O quizá sí lo dije en serio, pero porque la posibilidad de que regresara el partido que hundió a México por décadas me parecía tan remota, tan impensable, tan absurda, tan irreal, que yo planteaba una respuesta igual de improbable.

Y sí, me dieron ganas de salir corriendo, llorando, con el corazón tricolor roto por la decepción de darme cuenta de que este pueblo sigue siendo el mismo de hace un siglo. Que pese a los pasos agigantados -aunque lentos- que creí que México había dado, resulta que la caricatura que los extranjeros se hacen de nosotros es sólo un fiel retrato: somos Speedy González y los ratones que salen con él.

Pero no puedo.

La tristeza que me daría vivir lejos de mi país sería tan grande, tan asfixiante, que no puedo irme. Ni siquiera con un presidente como Peña Nieto. Mi arraigo a esta tierra es mucho más fuerte que la repulsión que me causan los priistas.

Además, los siguientes seis años, justo los del sexenio peñanietista, serán mis últimos años de juventud. Así que no puedo desperdiciarlos con lamentos y mentadas de madre.
Lo único que nos queda, es convertirnos en mexicanos dignos de otro gobierno; construirnos durante seis años como personas para que dentro de seis años seamos mejores ciudadanos, y esta catástrofe termine. Hay que pelear contra la ignorancia, la indiferencia, el individualismo, el egoísmo, la corrupción y la visión reducida y egocéntrica de un electArado que sólo busca su propio beneficio, y ni siquiera a largo plazo, sino temporal. Hay que ampliar la visión.

¿Qué más nos queda?