lunes, junio 19, 2006

Por una muerte digna: eutanasia.

Texto: Claudia Altamirano
Foto: Gerardo Vera
Elena entrelaza sus dedos y endurece la expresión al hablar de su madre. Se dispone a relatar su muerte, esforzándose por no llorar mientras deja de manifiesto su apoyo a la eutanasia: "Yo sí estoy a favor, por lo que recuerdo, la forma en como tuve que verla morir... la recuerdo muy mal y no hay necesidad de tenerlos sobreviviendo más tiempo en condiciones inhumanas", sentencia mientras se limpia una lágrima.

Maricarmen, su madre, padecía leucemia. Había sufrido varios infartos y una embolia, además de hipertensión y diabetes. Cualquier posibilidad de curación se complicaba ante un coctel de padecimientos que impedían intervenciones quirúrgicas. Sus familiares, más que cuidarla, parecían velarla. Postrada en una cama, inmóvil, con los párpados y mejillas hundidos; el respirador en la boca lleno de espuma, las manos hinchadas, los pies vendados; sin circulación y sin actividad renal, Mary pasó sus últimos días en estado vegetativo, inconsciente de quienes estaban a su alrededor, pero obligada a seguir respirando. "La situación era un tormento y era innecesario tenerla sufriendo así", lamenta Elena.

El enfermero que la cuidaba tomó la decisión. Tras consultar a sus hijos pero sin notificar al esposo, en un acto para él piadoso fue desconectando los aparatos que mantenían a Maricarmen con vida, hasta que la falta de oxígeno provocó finalmente su muerte.

La eutanasia es una práctica prohibida en México y casi en todo el mundo, al ser considerada por la ley como un homicidio punible. Sin embargo, la frecuencia con que se practica y la creciente demanda de los pacientes por una ley que les permita tener una muerte digna, voluntaria y sin dolor, urgen a revisar este tema.

El Código Penal Federal mexicano, en sus artículos 302 y 312, califica como homicida a todo aquel que prive de la vida a otro o, en su caso, lo induzca al suicidio. Por su parte, la religión la condena, la sociedad la evade y la ética médica la prohíbe, pero los pacientes demandan alternativas legales que respeten su derecho a decidir sobre su propia vida y muerte.

De acuerdo con Elías Moreno, presidente de la Comisión de Salud del Senado de la República, no existe una sola iniciativa en esa Cámara sobre el tema, pues ninguna fracción parlamentaria o comisión se "atreve" a plantearlo. "Creo que todavía nos falta mucho como país para llegar a esta situación; la idiosincrasia y el aspecto religioso no permiten siquiera discutirlo. Sería altamente cuestionado el plantearlo en el Congreso y los partidos no están dispuestos a asumir el costo", refirió.

El senador perredista y cardiólogo se manifestó de acuerdo con la práctica de la eutanasia: "He visto sufrir enormidades a enfermos que no debieron haber sufrido tanto, por lo tanto estoy totalmente de acuerdo con la eutanasia y el suicidio asistido", afirmó.

En tanto, el único recurso lícito con que cuentan los pacientes para terminar con su vida es la eutanasia pasiva, donde quien padece una enfermedad terminal decide dejar los tratamientos y en algunos casos el alimento, para acelerar el proceso de la muerte. Sin embargo, señala Elías Moreno, aun en esos casos el médico tiene la obligación de otorgarle el tratamiento al enfermo sin excepción alguna, incluso contra su voluntad. "El único criterio para retirarle un tratamiento es que ya no haya nada que hacer", indicó.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada en 1948 por la Organización de las Naciones Unidas, establece en su artículo tercero el derecho a la vida, empero, garantiza asimismo, en su artículo quinto, el derecho a no ser sometido a tortura ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes. En este contexto, el senador Moreno señala que lo más conveniente sería la aprobación de una modalidad de la eutanasia conocida como "suicidio asistido", que consiste en que el paciente se aplique él mismo el método para terminar con su vida, bajo la supervisión y asistencia de un médico.

Controversia
En México el artículo 312 del Código Penal impide todavía el suicidio asistido, no así en otros lugares del mundo, donde está cobrando fuerza como una opción viable para abreviar el sufrimiento de un enfermo terminal. En los Países Bajos y en Oregon, Estados Unidos, los enfermos terminales ya tienen esa opción.

Holanda es el único país del mundo donde son permitidas, desde el año 2002, las dos formas de eutanasia: la activa, que consiste en provocar directamente la muerte, y la pasiva, que consiste en abandonar los tratamientos que prolonguen la vida.

En Oregon, la iniciativa para legislar la eutanasia fue presentada en 1991 en el Senado, cuyo rechazo motivó la creación de un comité ciudadano dedicado, exclusivamente, a promover el suicidio asistido bajo el nombre de "Acto de muerte digna".

El tema fue sometido a votación en dos ocasiones y fue hasta 1997 cuando, con 60 por ciento de votos en favor, finalmente se legalizó. Durante los primeros seis años a partir de su aprobación, se han llevado a cabo 171 suicidios asistidos en ese estado.

De acuerdo con la Euthanasia Research and Guidance Organization (ERGO), fundada por el periodista Derek Humphrey y localizada en Oregon, uno de los procedimientos más recurridos es, después de la inyección letal, la llamada "bolsa de salida". Se trata de una bolsa especial que el paciente debe colocar en su cabeza y conectarla a un tanque de helio. El sitio web de ERGO ofrece un video instructivo para utilizar correctamente la bolsa, a fin de provocar al enfermo la muerte en menos de 5 minutos. Sin embargo, algunos testimonios incluidos en el mismo sitio web relatan las fallas de este método, que han provocado severos daños físicos y mentales a quienes no logran su cometido.

Dejarse morir
Alberto decidió abandonar su vida. Renunció a su empleo en una importante empresa de cuentas crediticias, relegó paulatinamente a sus amistades y se condenó a pasar el último año de su vida encerrado en su habitación; dejándose consumir por el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Su madre lo condenaba por sus preferencias sexuales y lo culpaba por haberse infectado. Sin el apoyo familiar, con la culpa sobre sus hombros y con el creciente temor de ser visto con un físico cada vez más deteriorado, Alberto simplemente se negó a luchar por su vida. Se dejó morir.

La eutanasia pasiva es una práctica común en el proceso de duelo por el que pasan los enfermos terminales y sus familias. El fin de un dolor insufrible, la imposibilidad de costear un tratamiento para prolongar la vida o la simple intención de no causar penas y molestias a sus seres queridos, orillan a quienes han sido desahuciados a dejar de luchar por una vida que, de cualquier modo, terminaría en el corto plazo. Dejar de tomar alimento o sus medicamentos es la forma en como estas personas eximen a sus familias y a sí mismos, del proceso de una muerte larga, lenta y dolorosa.

De acuerdo con el doctor Luis Gómez, traumatólogo y catedrático del Instituto Mexicano de Tanatología, la eutanasia pasiva es una renuncia a la prolongación artificial de la vida dentro de un proceso de fallecimiento, a través de la abstención terapéutica. "Se le retira el tratamiento y sólo se le dan soluciones para evitar el dolor, pero lo que más necesita esa persona en ese momento es atención y amor", puntualizó.

Gómez sostiene que la obligación ética y profesional de preservar la vida suele llevar a los médicos a un ensañamiento terapéutico, donde el galeno lleva a cabo cualquier medida para tratar de mantener la vida del paciente, incluso maniobras de resucitación; aun cuando esto le cause mayor sufrimiento o le haga vivir a él y su familia una situación moralmente insoportable.

La demanda por una regulación legal en esta materia tuvo un fruto importante en Francia en noviembre pasado, cuando las presiones de las organizaciones proeutanasia, unidas a numerosas misivas dirigidas al presidente Jacques Chirac, en las que le solicitaban autorización para terminar con una vida imposible, orillaron al Congreso francés a aprobar la eutanasia pasiva, dejando la activa y con ella el suicidio asistido como prácticas fuera de la ley. La sociedad exigió a la Asamblea Nacional una alternativa para los enfermos terminales, tomando como argumento los 150 mil pacientes que cada año deciden llevar a cabo la eutanasia, aun siendo ilegal.

No es igual en España, donde pese a las constantes peticiones de organizaciones sociales por una legislación en esta materia, tampoco ha sido aprobada la eutanasia y sus variantes. Uno de los reclamos más enérgicos proviene de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, cuyo icono es Ramón Sampedro, un gallego que, en 1998, ingirió una dosis de cianuro para terminar con el suplicio de casi 30 años de tetraplejia.

Pese a haber solicitado permiso a su gobierno por 25 años para acabar con su vida legalmente, éste le negó esa posibilidad y persigue, hoy, a quienes asistieron a Sampedro en su suicidio.
Este caso inspiró al cineasta español Alejandro Amenábar, quien plasmó la vida de Sampedro en el filme Mar adentro , cuya exhibición ha reanimado el debate sobre el derecho a morir dignamente. En una carta escrita antes de morir y dirigida a los jueces de su caso, el gallego sentenció: "No es que mi conciencia se halle atrapada en la deformidad de mi cuerpo atrofiado e inservible, sino en la deformidad, atrofia e insensibilidad de vuestras conciencias".

Amor a la vida
A pesar de que las enfermedades terminales figuran entre las 10 principales causas de muerte en México, no todos los pacientes desahuciados han perdido el ánimo y la voluntad de vivir. El médico radiólogo René García Félix, quien es seropositivo, fundó en 1988 la casa Albergues de México, con el objetivo de brindar un lugar de reposo y recreación a personas que padecen el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida).

La Ermita, como le llama René al albergue ubicado en los alrededores del Ajusco, cuenta con médicos, tanatólogos y sicólogos voluntarios que brindan apoyo a los pacientes, quienes pueden alojarse sin ningún costo o visitarlo cuando lo requieran. Son provistos de medicamentos y alimentos, además de proporcionarles un trato fraternal y cálido, que les permita disfrutar con calidad el tiempo que les reste de vida.

El requisito más importante para poder ingresar a Albergues de México es la voluntad del paciente para hacerlo. "Nosotros no aceptamos a nadie contra su propia voluntad, cuando el familiar viene y los `tira` el verbo tirar es el más claro y específico en ese caso los rechazamos. Nosotros no estamos para solucionar problemas familiares ni aceptamos que traigan a nadie a aislarlo como un castigo por haberse infectado", señala.

Asimismo, René García asegura que, pese a que algunos enfermos le han solicitado ayuda para adelantar su muerte, en la Ermita no se practica la eutanasia activa, sino sólo la pasiva; donde, si algún paciente solicita que le sea retirado su tratamiento o ya no desea comer para adelantar su muerte, se respeta su voluntad, "pero no ayudamos a nadie a morir".

En su propio caso, René afirma que su enfermedad no ha limitado su voluntad de vivir ni su calidad de vida, sino que por el contrario, a raíz del fatal diagnóstico, ha dado otro valor a las cosas y personas que hay dentro de ella. Mirando el vasto campo de la Ermita y sonriendo, René exclama: "Estoy condenado a muerte, pero no estoy a favor de la eutanasia activa; yo amo la vida y quiero vivirla hasta mi último minuto".

Ingenieros mexicanos en EU

Recargan el combustible de los reactores nucleares, descontaminan equipos irradiados y desmantelan instalaciones en las que se procesaron desechos radiactivos; sorteando durante cada jornada de trabajo el riesgo de permanecer en zonas con altos niveles de radiación. Todos son ingenieros mexicanos encargados de la seguridad radiológica de trabajadores, edificios y medio ambiente de las centrales nucleares en Estados Unidos.
Claudia Altamirano

Un grupo de alrededor de 50 ingenieros veracruzanos pasa más de la mitad del año lejos de sus familias y lugares de origen, llevando a cabo una labor para la que son especialmente requeridos por la industria nucleoeléctrica estadounidense: garantizar que personal e instalaciones de las plantas nucleares queden libres de contaminación radiactiva.

Egresados de escuelas públicas como el Instituto Politécnico Nacional y el Tecnológico de Veracruz, los encargados de protección radiológica mexicanos cumplen contratos legales de trabajo en Estados Unidos que les hacen permanecer entre dos y 24 meses en ese territorio, a petición expresa de los administradores de las centrales nucleares contratantes, tales como la Rochester Gas and Electric Corporation (Ginna Station) en Nueva York, la Comanche Peak Steam Electric Station en Texas y la San Onofre Nuclear Generating Station (SONGS) en California.

Rompiendo con el esquema del trabajador mexicano ilegal —prejuicio predominante en la población estadounidense—, estos ingenieros ocupan cargos vitales en esta industria: desde técnico descontaminador hasta técnico especializado en protección radiológica —estos últimos conocidos como PR— y considerados como la autoridad más importante de las plantas nucleares, cuyos administradores están obligados por la ley a tener entre sus empleados a un porcentaje de cada grupo étnico y racial.

El ingeniero Jesús Baldo, quien actualmente radica ya en territorio estadounidense con un permiso de trabajo, aseguró que este tipo de empleos ayudan a deshacer el mito popular de que los trabajadores mexicanos son todos campesinos ilegales que llegan a Estados Unidos huyendo de su país. “Somos amigos todos, siempre que nos vamos nos invitan a regresar”, puntualizó.
El trabajo que este grupo de connacionales lleva a cabo consiste, en lo general, en prevenir que personal y equipo de las plantas nucleoeléctricas resulte irradiado y, en ese caso, descontaminarlo.

Específicamente, vigilan la seguridad durante la complicada labor de recargar el combustible de los reactores nucleares para su funcionamiento, lo que consiste en renovar la carga de uranio de la pila atómica, tarea que debe ser supervisada por los PR para asegurar que el encargado de cambiar las barras de uranio no quede expuesto a la radiación.

Asimismo, participan en el desmantelamiento de instalaciones en las que se procesaron desechos radiactivos y compuestos de uranio —estos últimos utilizados en el pasado para la fabricación de bombas—, asegurando que los terrenos que ocuparon estas instalaciones queden libres de contaminación que pudiera causar un impacto ambiental.

Durante esta actividad, algunos de los PR deben introducirse a la vasija misma del reactor para asegurar la integridad física de quienes manipulan barras de uranio, por lo que su trabajo es considerado como especializado y de alto riesgo. Sus jornadas laborales son de entre nueve y 12 horas continuas, durante las cuales mantienen la enorme responsabilidad de “cuidar” de toda la planta laboral e instalaciones de la central nuclear; pues un error en sus diagnósticos implicaría exponer a una o varias personas a un nivel de radiación que el cuerpo humano no resistiría.

El sacrificio de permanecer lejos de sus familias y el riesgo que sus empleos implican es, sin embargo, bien recompensado: los salarios que perciben por este trabajo equivalen a 20 mil pesos semanales más gastos de viaje y, en algunas ocasiones, son los gobiernos estatales quienes absorben este gasto, al no contar en su localidad con personal especializado que califique para estos trabajos.

En México, en cambio, el mismo técnico, con la misma preparación y por el mismo trabajo, percibe 40% del salario que cobra en las plantas estadounidenses, por lo que, pese a los sacrificios que les implica, estos trabajadores aceptan sin dudarlo el empleo en otro país, pues ello les da la oportunidad de mejorar considerablemente el nivel de vida de sus familias.

Cada vez más indispensables

En su mayoría veracruzanos, los ingenieros mexicanos reciben las ofertas de empleo en Estados Unidos a través de la empresa Bartlett Nuclear, cuya filial en México prepara a los técnicos para esta importante participación en el “trabajo pesado” de la generación de electricidad por la vía nuclear. La amplia oferta de trabajo en este rubro para trabajadores mexicanos se debe a la escasez de técnicos especializados en la materia a nivel mundial, particularmente en Estados Unidos, país que cuenta con el mayor número de centrales nucleares.

El reducido número de PR se debe a la idea generalizada de que la industria nucleo- eléctrica está siendo rebasada por otras fuentes generadoras de energía, al considerarla en decadencia por su potencial riesgo, lo que ha provocado que las nuevas generaciones de estudiantes de ingeniería no encuentren atractivo este campo un trabajo presuntamente “muerto”.

Aunado a ello, no existen en México ni en Estados Unidos matrículas que especialicen a los estudiantes como técnicos en protección radiológica; por lo que un ingeniero que aspire a la calificación de técnico PR requiere al menos cinco años de experiencia en el campo y diversos cursos de capacitación, impartidos solamente en las propias plantas o por empresas del sector.
De acuerdo con el coordinador de Servicios Técnicos de Bartlett Nuclear, William Tily, hay una notable falta de técnicos estadounidenses suficientemente capacitados para desarrollar estos trabajos, lo que ha generado un decrecimiento de la planta disponible de trabajadores en este sector durante los últimos siete años. En tanto, la calidad del trabajo desarrollado por los trabajadores mexicanos, indicó, está en constante crecimiento, “por lo que los promovemos para que asuman puestos de mayor responsabilidad en cuanto las circunstancias así nos lo permiten”, puntualizó el técnico estadounidense.

William Tily es responsable directo de las contrataciones de mexicanos para los trabajos de Bartlett Nuclear, empresa que obtiene regularmente 80% de los contratos de recargas de combustible a nivel nacional. Con esta cobertura, el ingeniero asegura que, en cualquier planta o estación en la que este grupo de mexicanos ha trabajado, son siempre invitados a regresar, no sólo para realizar nuevas recargas de combustible de los reactores, sino para vacacionar y pasar mas tiempo con sus colegas estadounidenses.

Por su parte, el presidente de la filial de Bartlett en México, Teodoro Cantú, confirmó que las empresas estadounidenses solicitan a los PR mexicanos “por nombre y apellido”, al tratarse de personal con una calidad de trabajo comprobada y que, incluso, ha rebasado las expectativas que tenían de los técnicos mexicanos, quienes han participado en recargas de combustible en Estados Unidos desde 1997.

Cambio de vida

En entrevista, Tily comentó que más allá de la convivencia a la que obliga el trabajo, los técnicos estadounidenses mantienen relaciones de amistad con sus colegas mexicanos, debido a la actitud que los connacionales sostienen frente a su trabajo y sus compañeros, ante quienes muestran “dedicación, paciencia y buenas maneras”.

“Es un placer trabajar con ellos a cualquier nivel. Además, el intercambio cultural es invaluable”, manifestó.

El cordial trato que los connacionales reciben por parte de sus colegas estadounidenses ha generado relaciones fraternales entre ellos, lo que, de acuerdo con sus testimonios, les ha hecho más “llevadero” el tiempo que deben pasar lejos de sus familias; como en el caso de Jesús Baldo, cuya esposa ha permanecido en México a pesar de tener la posibilidad de radicar en Estados Unidos durante el tiempo que Jesús trabaje en ese lugar.

Jesús dice que su esposa “simplemente no se adapta” a las condiciones de vida de los estadounidenses, además de que pasa mucho tiempo sola en ese territorio debido a las largas jornadas de trabajo de su esposo. Por ello, prefiere permanecer en Veracruz con sus hijos el tiempo que Jesús deba trabajar en Estados Unidos.

Destaca también el caso de Jaime Rodríguez, quien es uno de los PR más importantes del grupo. Tiene a su cargo a varios de los trabajadores connacionales y a la mayor parte de la planta laboral de la nucleoeléctrica por su amplia experiencia en protección radiológica.

Es requerido en cada contrato que Bartlett obtiene en centrales nucleares de Estados Unidos, por lo que en numerosas ocasiones le han ofrecido promover su estancia definitiva en ese territorio como trabajador temporal, mientras se cumple el tiempo necesario para tramitar su ciudadanía.

Sin embargo, Jaime ha rechazado siempre estas ofertas, por considerar que este empleo no le durará ya mucho tiempo debido a su edad (51 años), por lo que prefirió montar un negocio en México que pueda ser su patrimonio en los próximos años.

En tanto, lo más común entre estos trabajadores es que viajen a Estados Unidos por determinados lapsos y regresen a México al concluir sus contratos, permaneciendo en sus lugares de origen hasta una nueva recarga de combustible o un desmantelamiento de instalaciones nucleares. Sin embargo, algunos de ellos han señalado que, pese a los altos ingresos que perciben durante los trabajos, resulta insuficiente para costear sus gastos el resto del año cuando no están contratados por ninguna empresa en México.

Esta situación los obliga a aceptar contratos en México con un salario mucho menor (cuando los encuentran), aun cuando su experiencia en Estados Unidos les da la posibilidad de cotizar su trabajo mucho más arriba que el promedio, lo que desmitifica en cierta medida la idea de que un trabajo temporal, pero bien remunerado, es lo ideal.