miércoles, marzo 23, 2016

La generación que nunca descansó

Un hombre mayor va por su nieta a la escuela. Camina con ella por las calles de la Condesa y la Escandón, cargando un montón de bultos inapropiados igual para una niña tan pequeña que para un hombre cansado. Apenas puede con las bolsas, la maqueta que hizo la niña como tarea y, con otra mano, tomar la mano de la pequeña para cruzar la avenida. Ella no debe tener ni cinco años y él seguro se acerca a los 70. Pero ahí van, andando despacio, arrastrando todo lo que la escuela pide que los niños lleven toooodos los días.

Seguro los padres tienen que trabajar. Los dos, o el que esté. Seguro les gustaría más ir por su hija todos los días a la escuela, pero deben trabajar. Seguro el abuelo la lleva y la trae con gusto, pero es evidente que le cuesta trabajo. Y encima, la niña decide hacer berrinche y se rehúsa a tomar la mano de su abuelo para cruzar la calle. "Obedéceme", le pide con suavidad pero con desesperación el hombre a la niña, pero ella se empecina. Ella aún no puede entender que es por su seguridad, y él no tiene energías para estar peleando contra la voluntad de una niña, menos a media calle. Seguro que le encantaría dejarla hacer lo que quiera, pero de él depende en ese momento la integridad de la pequeña. Seguro él disfrutaría más de convivir con su nieta de otra forma: sólo jugar con ella, sólo darle dulces a escondidas de su mamá, sólo ver televisión juntos. Pero estos son los tiempos en que no hay tiempo: no se puede atender a los hijos porque todos tienen que trabajar, pero después ya no habrá más tiempo para engendrarlos; y la generación de nuestros padres, que ya trabajó toda su vida para mantenernos a nosotros, ahora destina su tiempo a cuidar a nuestros hijos, en ese, el que ya debería ser SU tiempo. Injusto, muy injusto este, nuestro tiempo.

lunes, noviembre 10, 2014

¿Qué tan cansado está México?

El dolor del padre de un joven asesinado es una tragedia sin matices: todos están de acuerdo en que lo peor que le puede pasar a quien tiene hijos es tener que enterrarlos. Peor aún cuando ni siquiera eso pueden hacer porque no tienen un cuerpo qué sepultar.

Por eso es que el grito de esos padres ha sido el detonante incuestionable del hartazgo de la sociedad en los últimos años:

"Si no pueden, ¡renuncien!", exigió a las autoridades responsables de la seguridad Alejandro Martí, cuyo hijo, Fernando, fue secuestrado y asesinado. Esta sentencia dio arranque a un plan gubernamental que prometía justicia y seguridad hace seis años. 

"¡Estamos hasta la madre!", clamó el poeta Javier Sicilia tras el asesinato de su hijo Juanelo en 2011, crimen que dio origen al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.

"Ya me cansé". Esta frase no la dijo originalmente el padre de ningún joven muerto, pero fue adoptada inmediatamente por la sociedad, indignada por la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero, en septiembre de 2014. ¿El autor? El procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, luego de una larga y aparentemente exhaustiva conferencia.

Es la tercera vez en seis años que se enciende la llama del hartazgo en la sociedad mexicana. Otra vez la sociedad se suma a la exigencia de justicia de los padres de los jóvenes muertos y desaparecidos, todos aseguran estar hartos de la impunidad, la corrupción, la violencia, la inseguridad, de un Estado fallido. Por momentos el país se mueve mucho, pero luego la llama se apaga de nuevo. El movimiento estudiantil de 1968 no se ha olvidado por los muchos muertos y desaparecidos que dejó, por la incesante búsqueda de los padres de esos jóvenes y la barbarie que se desató en Tlatelolco. Pero sigue sin pasar nada. La sociedad exige a los medios información, pero cuando la tienen, no hacen nada con ella. Sí, todos estamos muy cansados de todo lo que padecemos en este país, lo estábamos cuando Martí los invitó a renunciar, estábamos tan hasta la madre como Sicilia,  pero llegó la elección federal de 2012 y... regresó el PRI. ¿Qué salió mal?

En la marcha #AcciónGlobalporAyotzinapa del 8 de noviembre, un hecho sin precedentes evidenció que el PRI sigue utilizando las viejas, desgastadas y muy conocidas mañas para desprestigiar manifestaciones sociales, pero esta vez lo dejó ir muy lejos: unos jóvenes pintaron y prendieron fuego a la puerta de Palacio Nacional. sin que un sólo policía ni soldado se acercara siquiera. Una puerta que está permanentemente resguardada al menos por dos militares, aparece sola y vulnerable en plena manifestación, mientras algunos elementos miraban todo desde la azotea. Latas de pintura en aerosol y bombas molotov fueron arrojadas a las ventanas de Palacio... y nadie hizo nada. Los granaderos llegaron mucho después y, más que evitar los ataques, se dedicaron a corretear gente y detenerla. Curioso que no hayan detenido a los que vandalizaron la puerta, aunque estuvieron ahí un muy buen rato y fueron grabados por toda la prensa y muchos ciudadanos que repudiaron la violencia, pero a un indígena lo golpearon dejándolo inconsciente. El Estado ya no se ocupa en disimular sus métodos.

La pregunta es ¿qué tan cansados estamos? ¿Suficiente como para hacer algo más que lamentarnos e indignarnos en las redes, marchar por Reforma y luego volver a nuestras casas? Todos quieren romper la indiferencia, pero ¿qué vamos a hacer?

sábado, noviembre 08, 2014

Voy a la marcha #AcciónGlobalporAyotzinapa

Yo no creo en la utilidad de las manifestaciones así que nunca he ido a una marcha como civil. Fui a una conmemorativa de la masacre de 1968 y una marcha gay, pero como reportera. Siempre he creído que los resultados de marchar contra el caos que provocan es una mala ecuación. Por no mencionar el asco que siempre me ha causado la pasarela en la que se convierte el Paseo de la Reforma: los famosos haciendo presencia como en una alfombra roja y los compañeritos periodistas tomándose la foto con sus colegas, con las pancartas; aprovechando para hacer relaciones públicas como acostumbran en las cantinas o poniéndose al día sobre dónde trabaja cada uno, para ver si pueden sacar algún provecho del encuentro.

Tampoco creo en el ciberactivismo, por eso no me he colgado de la desaparición de 43 estudiantes en Guerrero para darme aires de intelectualidad ni de compromiso ciudadano desde mi escritorio o mi smartphone.

Pero este año me propuse hacer cosas diferentes, no magnánimas ni escandalosas, sino simplemente cosas que nunca hago. Había olvidado este propósito, pero lo recordé cuando un amigo muy querido me preguntó "¿irás a la marcha?", como si fuera algo que regularmente hacemos. Me sonó sencillo y sí, una oportunidad para hacer algo que nunca hago.

Aunque todo esto no habría ocurrido si la marcha fuera por otro motivo. La totalmente inhumana y hórrida ejecución de 43 estudiantes en Ayotzinapa rebasa la frialdad a la que el desencanto me llevó desde hace años. La objetividad periodística que desde hace más de una década me ha impedido involucrarme con las causas se vuelve basura cuando mi país se cae a pedazos, y una voz en mi cabeza me llama a la congruencia: siempre me he quejado de la inmovilidad mexicana, de su apatía, su indiferencia, su egoísmo. Pero yo tampoco estoy haciendo nada.

Esta marcha tampoco va a servir de mucho. Pero quedarse callado mientras el país se vuelve una morgue y el gobierno "se cansa" de no hacer nada, tampoco me parece opción. Así que vamos, sólo a manifestar el dolor. Sólo a ver cómo es.


miércoles, enero 02, 2013

Arraigo

Durante el sexenio pasado, varias veces dije que si el PRI ganaba la siguiente elección federal, me iría del país.

Quien me conoce bien, sabe que yo sólo estaba alardeando. Extrapolando mi posible reacción ante tan trágico suceso. O quizá sí lo dije en serio, pero porque la posibilidad de que regresara el partido que hundió a México por décadas me parecía tan remota, tan impensable, tan absurda, tan irreal, que yo planteaba una respuesta igual de improbable.

Y sí, me dieron ganas de salir corriendo, llorando, con el corazón tricolor roto por la decepción de darme cuenta de que este pueblo sigue siendo el mismo de hace un siglo. Que pese a los pasos agigantados -aunque lentos- que creí que México había dado, resulta que la caricatura que los extranjeros se hacen de nosotros es sólo un fiel retrato: somos Speedy González y los ratones que salen con él.

Pero no puedo.

La tristeza que me daría vivir lejos de mi país sería tan grande, tan asfixiante, que no puedo irme. Ni siquiera con un presidente como Peña Nieto. Mi arraigo a esta tierra es mucho más fuerte que la repulsión que me causan los priistas.

Además, los siguientes seis años, justo los del sexenio peñanietista, serán mis últimos años de juventud. Así que no puedo desperdiciarlos con lamentos y mentadas de madre.
Lo único que nos queda, es convertirnos en mexicanos dignos de otro gobierno; construirnos durante seis años como personas para que dentro de seis años seamos mejores ciudadanos, y esta catástrofe termine. Hay que pelear contra la ignorancia, la indiferencia, el individualismo, el egoísmo, la corrupción y la visión reducida y egocéntrica de un electArado que sólo busca su propio beneficio, y ni siquiera a largo plazo, sino temporal. Hay que ampliar la visión.

¿Qué más nos queda?

domingo, julio 29, 2012

I have to admit it’s getting better


El pesimismo ha sido siempre uno de mis mejores consejeros. La realidad es tan triste, que los malpensados apostamos siempre a ganar, y hasta nos aburrimos de tener siempre la razón. Pero últimamente me he dado cuenta de que perdí algunas de mis apuestas.

En la adolescencia creí que llegaría al final de mi vida sin ver al mundo cambiar. Muchas de las cosas que creí que moriría sin ver, ocurrieron tan simultáneamente, que sólo dimensioné los hechos desde el punto de vista periodístico- histórico, pero no advertí que estaba atestiguando cómo el mundo, después de todo, sí cambia.

Yo pensaba que había llegado tarde al mundo. Que las grandes revoluciones, los movimientos sociales que se escriben en los libros de historia sólo podría verlos ahí, y que esto era lo máximo a lo que podríamos aspirar. Bueh, denme chance, era adolescente.

Hoy estamos ya muy habituados al matrimonio homosexual, la adopción para estas parejas, la tolerancia hacia las diferencias religiosas y casi las políticas, y la discriminación es vista como una actitud cavernícola. Ya no es la regla, ya no es lo normal. Me queda claro que hay regiones del mundo donde la intolerancia sigue imperando, y aún hay problemas de hace dos siglos que nos siguen aquejando, pero ya no son mayoría, los liberales ya no son unos cuantos locos que creen que un día van a cambiar al mundo.  De hecho lo cambiaron, y gracias a eso, han ganado adeptos. Su locura es hoy una fórmula probada.

Y fue mi pesimismo el que me desanimó a intentar cambiar el mundo: nunca me adherí a ningún movimiento, nunca fui a una sola marcha, y creí que la sociedad jamás sería capaz de organizarse de una forma seria y efectiva para hacer girar las ruedas del cambio. La falta de fe me impidió unirme a las causas, así que me conformé con luchar yo sola por mis propias libertades.

Y creí que mi vida entera tendría que luchar –sola- contra los prejuicios y las mentes cerradas; contra la inconsciencia ambiental y el maltrato animal; contra la homofobia, las infamias de la religión católica y el libre ejercicio femenino de la sexualidad. Incluso, contra las iniquidades –e inequidades- del feminismo.

Les creí a los que me dijeron que no encontraría trabajo formal con tatuajes –y aún así asumí el riesgo- y hoy castigan a los que discriminan por este motivo; creí que debía resignarme a morir de enfisema porque luchar contra los fumones era caso perdido, y hoy existe la ley antitabaco en mi ciudad;  creí que siempre tendría que ocultar mi opinión sobre toros y toreros, y hoy hasta hay iniciativas legales contra esta práctica; creí que los gays siempre serían relegados y atacados y hoy son reconocidos legal y socialmente; creí que nunca conocería otra persona que reciclara el agua, separara la basura y pepenara residuos para su reutilización, pero hoy las iniciativas ambientales son cada vez más arriesgadas, más populares, redituables y muchas hasta son leyes.


Bueno, hasta creí que siempre sería un bicho raro mal visto por mi acidez, sarcasmo, pesimismo y honestidad insultante, y hoy resulta que hasta está de moda la “irreverencia”. Bah.

Lo único que espero ahora, es que el regreso del PRI no dé marcha atrás a todos los triunfos que la sociedad ha conseguido. It’s up to us. 

lunes, agosto 22, 2011

Ciudadanos pecho-tierra

No suelo emitir ningún tipo de comentario sobre el presidente o el gobierno de México.

No sólo en aras de no romper la objetividad que -se supone- debe caracterizar a todos los periodistas, eso ya es casi, lo de menos. Simplemente porque me parece que criticar a Felipe Calderón es acudir a un lugar ya demasiado común, sobre todo en el contexto que ahora vive México. Lanzarle todo tipo de insultos en redes sociales, o exhortarlo a que se ponga a trabajar en lugar de ________ (fill in the blank) me parece una redundancia, una pérdida de tiempo; la forma más barata de lucirse y simular ser un ciudadano consciente.

Si, el de Calderón es uno de los peores gobiernos que México ha tenido. No se me malinterprete porfavor, ni se me juzgue con la reducida óptica del pejismo: yo no soy calderonista ni panista. El país está en uno de sus peores momentos, y se han cometido atrocidades que NO deben pasarse por alto. Pero mientras no salgamos de las redes, mientras sólo nos quejemos pero sigamos sin hacer nada, seguiremos siendo la esposa golpeada que llora pero no denuncia al marido. Nuestro discurso pierde toda validez ante nuestra inactividad.

Por eso evito los comentarios fáciles e infructíferos. Pero lo que pasó el sábado en Torreón, en el partido Santos- Monarcas, me causó una indignación que me impide guardar silencio.

Esas imágenes me dejaron pensando tres cosas:

1. Lo que pasó a las afueras de ese estadio pasa en las colonias de muchos ciudadanos norteños. NO es más grave porque pase en un estadio de futbol, estos hechos NO son una revelación de la situación que vive el país. Esto empezó hace varios años y ya lleva 40 mil muertes. El plus de este video no es la novedad sino la oportunidad que nos da de ser testigos del horror que viven estas personas. Todos vemos las fotos de los muertos, la sangre y la crueldad en cualquier ciudad del país, pero pocas veces nos toca ver el miedo bajo el que viven estos ciudadanos en su día a día.

2. Estos hechos nos permitieron ver en VIVO cómo la gente de Torreón ya sabe cómo actuar en esas situaciones. Eso es útil pero NO es normal: que los jugadores desaparezcan de pronto a medio partido; que toda la afición se lance pecho-tierra entre las filas de asientos; que los fotógrafos que están a nivel de cancha se cubran el cuerpo con una banca y la cabeza con su cámara; que los padres lleven a sus niños a un partido de futbol y los saquen de ahi corriendo, cubriéndoles el cuerpo con el propio y con las manos la cabeza. Eso NO debe ser normal.

3. Los reporteros necesitamos aprender (¿o recordar?) a ser reporteros en todo momento. La transmisión de TV Azteca relató bien los hechos, sí, pero las cámaras hicieron casi todo (como casi siempre). Uno de los comentaristas no dejaba de repetir "qué desagradable", como si se tratara de una pelea entre aficionados; uno corriendo desnudo a media cancha, o alguien exigiendo que le devolvieran su boleto porque no le gustó el partido. Eso sería desagradable. Una balacera que pone a todos a correr como ratas (como si ellos fueran las ratas), no es desagradable, es inaudito.

Además, en cuanto se suspende el partido y la gente empieza a salir del estadio, la televisora termina su transmisión. Se entiende perfecto que son reporteros de Deportes, que no tienen la experiencia de los que cubren noticias nacionales, o de los especializados en violencia y narcotráfico, pero entonces ¿qué? Si ya están ahi las cámaras, ¿el público debe esperar a que lleguen los reporteros de nota roja o de narco, o de México, para enterarse de lo que pasó afuera? Aquí aplica la famosa frase periodística de "¡traigan un reportero!" para que salga junto con la gente y una cámara a informar...

Pero insisto, no es culpa de ellos. En teoría, todos los reporteros debemos estar listos siempre para cubrir cualquier tipo de noticia: si somos deportivos debemos saber cubrir una balacera; si somos Nacionales y nos encontramos a un músico o un deportista famoso debemos saber entrevistarlo o tomarle fotos; si cubrimos Espectáculos debemos saber cubrir la caída de la avioneta del secretario de Gobernación, si nos toca estar ahi.

Pero la realidad es que nadie está listo. O son tan pocos, que no se ven. La mayoría nos especializamos en un tema o un sector, y conocemos poco de los otros; por lo cual, cuando llega a nosotros una noticia de algo que desconocemos, no sabemos qué hacer. No me queda claro si es cosa de las escuelas de periodismo o de nosotros, o de los mismos medios, que nunca dejan tiempo para que el reportero se prepare para otras cosas, pero definitivamente nos hace falta recordar que, al final del día, en cualquier situación, somos reporteros.

En cambio, aplaudo la foto número 5 de la galería que trae esta nota. No sé si fue un accidente feliz o si fue intencional, pero este fotógrafo, además de informar, se puso a componer su foto. Bravo.

martes, abril 12, 2011

Tiempo: detente muchos años

Publicada en CNN México.

Crónica de una reaparición nada anunciada, pero por lustros ansiada. Aunque les quitaron el crédito, para la realización de este texto me ayudaron Will Turner, Juan Pablo Mayorga y Jorge Gómez. Lo que sigue, es mi propia versión:

Los boletos para el festival Vive Latino nunca se acaban. El sábado 9 de abril, sí. El estacionamiento y todos los alrededores del Foro Sol nunca habían estado tan saturados de autos, según los elementos de seguridad. La explanada difícilmente se llena en su totalidad y por la noche, los asistentes se apilaron hasta la zona de comercio, debajo de las gradas. El regreso más esperado del rock mexicano rompió las marcas del festival y de su sede: Caifanes estaba de vuelta.

La banda no prolongó la espera, y poco después de las 22:30 apareció en el escenario. Un poco alegre Diego Herrera entró directo a tomar los teclados, seguido del bajista Sabo Romo, el baterista Alfonso André y, finalmente, los integrantes que propiciaron el rompimiento; los dos músicos que, se creyó, nunca volverían a pisar un escenario juntos: Alejandro Marcovich y Saúl Hernández.

Pero la expectativa de los cerca de 70 mil fanáticos y curiosos que llenaron el Foro Sol no se vio reflejada en el escenario: entre Saúl y Alejandro no se percibía ya un conflicto, pero tampoco un solo atisbo de armonía, así como entre el resto de la banda. Cada uno parecía estar haciendo un performance individual; sólo por momentos se acercaban y tocaban juntos, de pronto algún abrazo furtivo o una sonrisa.

Cierto es que Los Caifanes nunca fueron los hombres más expresivos en el escenario, pero se les veía desapasionados, como si no fuera la primera vez que compartían escenario en 17 años.

¿Será por eso que las palabras de Saúl -considerado en los noventas como un tótem del rock mexicano y la figura más representativa del género-, fueron frías y breves? El cantante agradeció que el público no hubiera quitado el dedo del renglón durante más de tres lustros: de rodillas, expresó “Caifanes está a sus pies”.

Los fanáticos corearon lo que hubiera sido su deseo en los años noventa, ‘tiempo, detente muchos años’; para que Caifanes no se separara, para que la magia no se perdiera, para que los años no pasaran, dejando sus obvios efectos en estos músicos, que más que la juventud, parecían haber perdido el entusiasmo.

Aunque Alejandro dejaba ver que él también hubiera querido que no pasara el tiempo: vestido con un pantalón rojo y botas negras, como hace 15 años, demostró que los años sólo han hecho mella sobre su cabellera, dejando intacto su talento. Marcovich sigue siendo Marcovich.

A Viento le siguió otra canción del mismo álbum, el primero de la banda como Caifanes, luego de que abandonaran el nombre de ‘Las insólitas imágenes de Aurora’: Mátenme porque me muero.

Los dioses ocultos aparentemente no eran los Caifanes sino los fanáticos: el concierto estuvo prácticamente hecho por ellos, que con su canto suplieron las –por todos conocidas- deficiencias de la voz de Saúl, quien constantemente dirigía el micrófono hacia el público para que ellos cantaran.

Lejos quedaron los tiempos en que un concierto de Caifanes era un ritual: los escenarios del Palacio de los Deportes y Rockotitlán se quedaron impregnados de una energía mística, de los constantes homenajes que la banda rendía a la cultura indígena, y sí, de humo de marihuana, que se mezclaba con el del copal que se consumía en el escenario.

Lejos quedaron los tiempos en que Saúl le suplicaba a la Piedra que lo dejara, porque él no podía dejarla.

Ese tiempo que compartieron con otras grandes bandas como Santa Sabina, a cuya vocalista, Rita Guerrero, dedicaron ‘Ayer me dijo un ave’, in memoriam. La dedicatoria fue dirigida también a Eugenio Toussaint, jazzista y ex cuñado del baterista Alfonso André, fallecido el pasado 8 de febrero.

Aquí no es así, Miedo y Afuera, del álbum ‘El nervio del volcán’, se escuchaban mientras muchos asistentes -de los que habían esperado horas de pie frente al escenario, apartando su lugar en primera fila- se retiraban. Parece que el desgano de la banda es algo que sólo los fanáticos, y no los curiosos, pudieron soportar.

Sólo un beso de Saúl en la mejilla de Sabo, algunos acercamientos de Alejandro con Saúl –que no siempre eran correspondidos- y con Alfonso, dejaban asomar la química efervescente que hace 20 años hubo entre los miembros de Caifanes. Nos vamos juntos, haciendo viejos, algunos sueños, toda la piel

Sabo Romo recordó que este 11 de abril se conmemora una de las efemérides más importantes para el grupo: 24 años de su primera presentación en Rockotitlán, que fuera uno de los foros más importantes para el rock en México, en la década de 1980.

Caifanes se despidió con los clásicos No dejes que, La célula que explota y le regalaron al público La negra Tomasa, canción que, antes de separarse, no solían tocar en vivo, pese a ser de las favoritas.

No prometieron volver, ni tampoco dijeron ‘adiós’: sólo hicieron una reverencia abrazados, y se fueron juntos.

jueves, abril 07, 2011

#hastalamadre

Entre las muchas buenas conversaciones que tuve con mi amigo chileno José Ariztia, destaco una que me dejó muchas reflexiones sobre los mexicanos.

Mientras intentábamos mantenernos de pie en el microbús que nos llevaba a Plaza Loreto, él comentaba el asombro que le causa la sumisión del pueblo mexicano. Nos referíamos en concreto al IETU y la forma deliberada, cínica e impune en que nos recetaron este impuesto absurdo, por el cual todos nos quejamos....pero no hacemos nada (en conjunto).

Claro, hubo quienes se ampararon. Claro, hay quienes no lo pagan. Claro, hay quienes hacen trampa para deducirlo.

Pero en Chile, decía Pepe, esas cosas no pasan. Cuando un gobierno les quiere imponer algo que consideran injusto, las protestas y las movilizaciones por otras vías no paran, hasta que el gobierno desiste. "Pero las marchas no sirven de nada", le dije. "Es necesario hacer algo más".

"No pagar", respondió sencillamente.

Pero si unos pocos no pagan, se convierten en evasores del fisco y pueden ser castigados hasta con cárcel -si no pagan la fianza-. Si NADIE paga, el gobierno se vería obligado a tomar otras medidas... o echar para atrás su proyecto. Pero en México no sabemos organizarnos, y la desconfianza, la apatía y la visión individualista nos ganan. Por eso, en este país en el que todo pasa, en realidad, no pasa nada.

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Los mexicanos estamos hasta la madre de muchas cosas, desde hace varios lustros.

La marcha de ayer refleja el espanto de vivir, por primera vez en el último siglo, entre las balas. Es algo a lo que la mayoría de nosotros no estaba habituado, y me parece loable marchar, asustarnos, gritar, espantarnos; todo para no dejar que nos acostumbremos.

Pero nuestro hartazgo no es nada nuevo.

La línea anterior, más que una manifestación del sentir ciudadano, o una advertencia para algún nivel de gobierno -la marcha no le quita el sueño a nadie-, más que eso, es un lamento.

Lo que debe asustarnos no es la 'guerra' contra el narco, los 35 mil muertos, el gasolinazo nuestro de cada mes, los impuestos, la corrupción, el robo de combustible, las multas inventadas para financiar campañas, los parques mexiquenses con el nombre de la señora del cacique......

No. Lo que debe asustarnos, es nuestra apatía.

Lo que escandaliza a cualquiera que nos vea desde fuera, es que todas esas cosas nos pasan, sin que hagamos absolutamente nada por cambiarlo. Los gobiernos nos roban, la corrupción nos ahorca en cada esquina -no sólo en el gobierno- y nosotros lo permitimos.

Somos como la mujer golpeada que se queja con las amigas de que el marido le pega, pero ni lo denuncia, ni lo deja. Sigue ahi, expuesta a que él vuelva a golpearla y ella vuelva a quejarse.

Así llevamos décadas. No lo sé de cierto, pero supongo que siglos.

Estamos hasta la madre desde hace mucho, mucho tiempo.

¿Cuándo nos vamos a organizar para hacer algo al respecto?

sábado, noviembre 28, 2009

"Veo magia en cada cosa que hago"

Texto: Claudia Altamirano
Fotos: Jorge Serratos


(Con ésta entrada cumplo cinco años de relación con El Universal).

La magia está en la guantera. Rodrigo la abre y extrae de ella unas monedas, una soga blanca y una baraja, que luego acomoda en un estuche secreto de su cinturón. Se guarda las llaves de su camioneta y camina hacia el “Quetacóatl”, el bar donde trabaja.

Saluda al cadenero, camina directo hacia la barra y toma una cerveza. Ubica una mesa y coloca la cerveza en el centro. “Esto es cortesía de la casa”, inquiere, ante la mirada extrañada de los presentes. “Yo soy Rodrigo, trabajo aquí y les voy a hacer un truco de magia. ¿Está bien?”

Así es como uno conoce a Rodrigo Astro. Un mago de 28 años que no viste de traje, no usa un sombrero de copa del cual luego extraerá un conejo ni carga un maletín lleno de artículos mágicos. Hace magia para los comensales del Queta y eventualmente de otros bares y shows privados, en la modalidad de close- up, es decir, de contacto directo con la audiencia.

Durante tres horas, cada viernes y sábado, este ilusionista manipula el dinero a su antojo:
convierte un billete de 50 pesos en uno de 500; hace flotar billetes y levitar monedas; muerde las de diez pesos y las multiplica en la mano de un comensal del bar. También los entretiene adivinando cartas, fracturándose un brazo, moviendo objetos de su sitio y ahorcándose con la soga blanca. Todos gritan, aplauden, lo felicitan y algunos le piden su tarjeta para contratarlo en alguna fiesta.

Pero Rodrigo, pese al gran éxito que tiene como mago –un comensal del Queta incluso creó un grupo de fans de Rodrigo Astro en Facebook-, es un joven sencillo, estudiante de Finanzas, que vive con su familia y sale regularmente con sus amigos, como cualquier otro chico.

Su afición más obvia es el póker, por lo que juega cada fin de semana en un billar cercano a su casa, cuando termina su trabajo en el bar. Después de varias horas de juego y algunos billetes ganados –a veces perdidos-, Rodrigo Astro se va a dormir, cuando sale el sol.


lunes, agosto 24, 2009

Far away, so close

“Amor de lejos, felices los cuatro”, reza el dicho popular, pero quienes se involucran en una relación a distancia parecen no estar inconformes con el casi nulo contacto que tienen con su pareja; incluso, hoy en día le encuentran numerosas ventajas a la tierra de por medio.

Claudia Altamirano

1925. Hannah Arendt, una brillante estudiante de filosofía se inscribe a la cátedra del maestro Martin Heidegger, a quien admira fervorosamente. La compatibilidad de sus pensamientos los lleva a entablar una febril relación amorosa que se ve interrumpida por la política, la guerra y los matrimonios de ambos, pero que logra sostenerse de una delgada cuerda: la correspondencia.
Siendo ella judía y él un miembro del partido Nacional Socialista, se vieron obligados a separarse geográficamente, tras lo cual, lo único que podían hacer para mantener el vínculo era leerse.

El idilio sufrió varias y largas separaciones, incluso de años, pero su afinidad intelectual, condimentada con el hecho de tener todo en contra, mantuvo ese sentimiento vivo por medio siglo, del cual sólo tuvieron contacto físico una tercera parte y el resto, el amor se alimentó sólo de palabras.

Las relaciones a distancia no son algo nuevo, ni algo propio de personas poco inteligentes –éstos filósofos lo demuestran-, ni nacieron con el Internet y la globalización –aunque su auge se ha dado gracias a éstos fenómenos-. El amor de lejos es tan viejo como el amor mismo, pero en la actualidad sus protagonistas ya no lo ven con resignación ni lo acompañan de gran desolación: hoy se ve como una opción llena de virtudes, incluso más que las relaciones cercanas.

Mayor comunicación, emociones más intensas, menos peleas y un mayor conocimiento del otro, son algunas de las ventajas que los amorosos en la distancia argumentan en defensa de su relación: la distancia los obliga a ser más honestos -pues el otro no tiene más opción que creer en lo que le dicen-; los hace valorar más el poco tiempo que pasan juntos y hablan mucho más que otras parejas, pues el único contacto que tienen durante semanas es a través del logos.

Ser sin estar. Apoyar al otro sin poder darle una palmada en la espalda, o una caricia en el cabello. Matar a la soledad sin desaparecerla. Mantener vivo el sentimiento de alguien que vive en otro estado, otro país, hasta otro continente, parece tan difícil que el pronóstico general para quienes lo intentan es el fracaso.

Pero los protagonistas del amor de lejos tienen otro punto de vista. No sólo se resignan a vivir sin su pareja –como las mujeres de los soldados o de los migrantes- sino que han aprendido a explotar las ventajas de la distancia y sortear la melancolía que provoca.

“Es que vernos es como si no hubiera pasado el tiempo, como estamos todo el tiempo conectados, escribiéndonos, por mensajes de celular.. estamos muy al tanto de lo que le pasa al otro. Yo sé cuando va al doctor, cuando tiene broncas en la chamba o familiares, y él igual”, argumenta Elizabeth, cuyo novio vive en Francia y con quien se ha encontrado cuatro veces; sumando los días, han convivido dos meses y medio, de un año en total.

Un océano de por medio

Se conocieron en una reunión de trabajo en Ámsterdam, donde salieron por una semana y luego volvieron a sus lugares de origen, sin pensar que ese romance vacacional trascendería. Hugo habla español, y en ese idioma empezaron a escribirse por email, vía por la que descubrieron sus afinidades y decidieron iniciar una relación. “Nos fuimos enamorando a través de mails, del messenger durante dos meses”, relata Elizabeth, hasta que él vino a México y se quedó un mes entero en su casa. Ha vuelto dos veces más y el último encuentro fue en París, donde ella permaneció sólo cuatro días.

Aunque admite que sí se ha cuestionado las posibilidades de esa relación y hasta dónde puede llegar, ella dice sentirse mejor con él que con nadie antes, y que, aun en la distancia, siempre se siente acompañada por él.

“Lo dejamos fluir, así comenzó y así ha llegado hasta aquí, no sabemos que pasará pero no perdemos tiempo discutiendo sobre un futuro que no existe, lo que existe es el aquí y ahora. Por eso también es tan intensa la relación, a veces cuando lo tienes cerca das por hecho que el otro siempre va a estar ahí y ya te ocupas de otras cosas”.

Tan lejos y tan cerca

Una constante de éstas relaciones es la sensación de estar más acompañados por el que está lejos que por los que se tiene cerca. “En ocasiones anteriores he tenido un abismo inmenso, emocional y físico, con personas que duermen a mi lado”, expresa Raúl, comunicador de 38 años cuya pareja, Constantino, vive en Tabasco.

“Cuando tuve un accidente hace poco, nadie fue a visitarme. En cambio, aun con la distancia que hay, mi contacto, lo que me recuerda que estoy vivo y que hay alguien que me quiere, son los mensajes de Raúl. Para mi es nutritivo”, agrega Constantino, de 30 años de edad.

Ésta pareja, que se buscó y encontró en Internet hace tres meses, se ha reunido sólo tres veces y sostuvo contacto virtual y telefónico durante tres semanas antes de verse por primera vez. “Sé que es muy importante la retroalimentación del contacto físico, pero a mí me llena espiritualmente saber que la conexión con él es muy fuerte, que tenemos un diálogo franco y un respeto absoluto por el otro”, afirma Raúl.

Es como el síndrome de Romeo y Julieta, afirma por su parte la doctora en psicología social, Sofía Rivera. La especialista coincide con los amorosos a distancia en que la comunicación se vuelve más efectiva que en la cercanía, pues mientras más lejos están, más necesitan saber del otro. “Eso parece obvio, basan su comunicación en la frecuencia más que en la profundidad, por la necesidad de saber qué sucede con algo que no veo”.

Sin embargo, Rivera advierte que lo que se puede decir a través de esos canales es ficticio, pues al no estar cerca de la pareja, ésta puede crear un ambiente o imagen que no corresponde a la realidad.

“Eso es lo que los mantiene adictos a esa relación; mientras les cause problemas por el traslado, por el riesgo de que el otro se involucre en algo más, por comunicarse diario, se mantienen ahí. En el momento en que vean que están cerca y felices, se desmorona”, refiere la catedrática de la UNAM.

Intimidad exprés

El tiempo –o la falta de él- es un factor determinante en el amor a distancia. El viajar dos, tres, ocho horas (por tierra o por aire) para encontrarse con la pareja implica que, los días que se ven, hacen todo juntos: comer, dormir, salir, compromisos sociales, trámites de banco, a veces hasta trabajar. Esto crea una intimidad forzada e inmediata, pues se comparten, desde el primer contacto, cosas y situaciones que regularmente vivirían hasta ya avanzada la relación.

“Es que yo pienso que saltas así porque no tienes el tiempo para sembrar algo más. Todo tiene que ser tan rápido, que te avientas lo de una relación de seis meses en una semana”, explica Jessica, asistente de producción televisiva de 25 años.

Jessica conoció a Carolina en un bar, a través de otra amiga, pero el contacto entre ellas sólo fue virtual durante las primeras dos semanas, posteriormente vía telefónica. Un mes después, se fueron juntas a Acapulco. Ahí empezaron su relación. Jessica vive en la Ciudad de México y Carolina en Morelia. Están por cumplir dos meses y se han reunido tres veces. “La relación ha sido muy extrema porque pasamos de la nada al todo inmediato”, reitera Jessica.

“Pero es muy diferente vivir una etapa de amasiato que vivir juntos”, refiere la doctora Rivera. Coincide con ella la maestra Lilia Joya, también catedrática de la Universidad, quien señala que cada encuentro de éstas parejas es muy intenso, porque cada nuevo encuentro está idealizado y fantaseado, “pero en el sentido estricto son relaciones que no responden a la realidad y a un proceso de crecimiento y maduración personal. En éstas relaciones lo que se busca es evitar la cotidianeidad, son mágicos los momentos juntos porque son situaciones aisladas que no tienen que ver con una situación de pareja real”, puntualiza la psicóloga.

¿Felices los cuatro?

“Para tener un amor de lejos debes tener 100 por ciento confianza en la otra persona”, afirma Aldo, estudiante y coordinador de campamentos para niños. “Si no confías, estás en el hoyo”. Este chico de 23 años sortea las desavenencias de su relación a distancia enfocándose en conocer más a Thalía, su novia de 19 años. “Cuando ella nota que te ocupas de conocerla y saber qué es lo que le hace sentir bien, hay menos posibilidades de que sea infiel”, dice.

Aunque la distancia entre ellos es menor –él vive en la capital y ella en Puebla-, las complicaciones no son nulas, por lo que Aldo refiere que, para sostener una relación así, realmente se debe saber lo que se busca en otra persona. “Si lo que tienes es lo que quieres, entonces no hay que discutir, si ella es lo que quieres, no te va a afectar mucho, por que harán lo posible por verse seguido”.

Es que viviendo en ciudades diferentes, salir con otras personas se vuelve pan comido, pero si éstas parejas caen en la trampa de los celos, su relación no durará, aseguran tanto especialistas como protagonistas. “En vez de estarme haciendo telarañas mentales trato de no fallarle”, recomienda Reynel, productor de televisión de 31 años.

Reynel y Saby llevan juntos un poco más de tres años, él viviendo en el Distrito Federal y ella el Toluca. La cercanía de éstas ciudades facilitó el contacto, de hecho, él trabajó varios años en esa ciudad, por lo que se veían todos los días; sin embargo, desde hace un año y medio sólo pueden verse los fines de semana, por el trabajo de ella y porque él ya no trabaja en Toluca.

“Yo llevo nueve años viviendo solo, sé manejar muy bien mi soledad. Entonces si de pronto me ataca el fantasma mejor me terapeo y procuro no estar pensando en eso; es como tu propia salud mental y eso lo reflejas”.

Y vale más que así lo hagan, pues la distancia hace crecer las dudas, ante la imposibilidad de saber realmente qué está haciendo el otro, o dónde está. “Es como ojos que no ven... Tienen que ser personas muy seguras las que crean este tipo de relaciones, porque de lo contrario se harían una obsesión. Deben ser personas, o muy independientes, o muy frías”, advierte la doctora Sofía Rivera.

Xeng-li conoció ese lado negativo de las relaciones a distancia. Cuando tenía 22 años, salió durante una semana con un chico que estaba de vacaciones en Tapachula, su ciudad, pero que pronto regresaría a Tamaulipas a seguir estudiando. Pese al escepticismo de ella, iniciaron una relación que duró un año y medio -encontrándose cada dos o tres meses- y que terminó cuando ella descubrió que él ya salía con otra.

Daños colaterales

Cartagena de Indias, Colombia. Mientras Alberto tomaba un curso de Ciencias Forenses, Lucy vacacionaba con su hija. Él, mexicano de 33 años, ella colombiana de 38. Se encontraron en un café del Centro; conversaron, salieron durante 15 días y luego ellas volvieron a su natal, Cali. Mantuvieron contacto vía email y así decidieron ser novios. Llevan un año juntos, durante el cual se han reunido cinco veces. Ya conocen a las familias de ambos y sí quieren formar una familia juntos, por lo cual contemplan la mudanza, ya sea a Cali o a Ciudad de México.

Alberto sostiene una muy buena relación con la hija de Lucy, lo que facilita sus planes a futuro, que espera puedan cumplirse en un plazo de un año.

Éstas relaciones, en las que los involucrados pueden vivir entre semana como solteros y los fines de semana como casados, funcionan hasta que la vida se empieza a complicar, como cuando alguno de los dos decide tener hijos, puntualiza la maestra Lilia Joya. “El cambio les va a costar muchísimo trabajo, porque la relación que tenían respondía a una serie de necesidades, no quiere decir que tenga que salir mal, pero les costará mucho”, afirma la psicóloga, “la comunicación tendrá que haber sido realmente buena, porque la necesitarán a la hora de aceptar el tener a otro en casa”.

Quien vive tanto las desavenencias del amor a distancia, como las complicaciones de la paternidad en ésta situación, es Noé. Como Elizabeth, Noé tiene un amor en Francia: una pequeña de cinco años, llamada Luna, a la que engendró con Marie, su ex asistente francesa, con la que sostuvo una relación de un año en México. Cuando supieron del embarazo, decidieron que Luna naciera en Francia, tras lo cual regresaron a México; pero Marie ya no quiso continuar con esa relación y decidió regresar a Poitiers, con su hija.

Así, Noé sólo vivió con su hija ocho meses y después, se convirtió en un amor a distancia. Mientras muestra las fotos de Luna, Noé cuenta que le llama por teléfono cada miércoles –el día de descanso general en Francia- y en las festividades; Marie le envía paquetes con dibujos, fotos y besos de Luna pintados con lápiz labial; le dibujan la silueta de su mano en una hoja y se la envían. Cuando hablan a través de Skype, la niña le canta una canción.



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