sábado, noviembre 28, 2009

"Veo magia en cada cosa que hago"

Texto: Claudia Altamirano
Fotos: Jorge Serratos


(Con ésta entrada cumplo cinco años de relación con El Universal).

La magia está en la guantera. Rodrigo la abre y extrae de ella unas monedas, una soga blanca y una baraja, que luego acomoda en un estuche secreto de su cinturón. Se guarda las llaves de su camioneta y camina hacia el “Quetacóatl”, el bar donde trabaja.

Saluda al cadenero, camina directo hacia la barra y toma una cerveza. Ubica una mesa y coloca la cerveza en el centro. “Esto es cortesía de la casa”, inquiere, ante la mirada extrañada de los presentes. “Yo soy Rodrigo, trabajo aquí y les voy a hacer un truco de magia. ¿Está bien?”

Así es como uno conoce a Rodrigo Astro. Un mago de 28 años que no viste de traje, no usa un sombrero de copa del cual luego extraerá un conejo ni carga un maletín lleno de artículos mágicos. Hace magia para los comensales del Queta y eventualmente de otros bares y shows privados, en la modalidad de close- up, es decir, de contacto directo con la audiencia.

Durante tres horas, cada viernes y sábado, este ilusionista manipula el dinero a su antojo:
convierte un billete de 50 pesos en uno de 500; hace flotar billetes y levitar monedas; muerde las de diez pesos y las multiplica en la mano de un comensal del bar. También los entretiene adivinando cartas, fracturándose un brazo, moviendo objetos de su sitio y ahorcándose con la soga blanca. Todos gritan, aplauden, lo felicitan y algunos le piden su tarjeta para contratarlo en alguna fiesta.

Pero Rodrigo, pese al gran éxito que tiene como mago –un comensal del Queta incluso creó un grupo de fans de Rodrigo Astro en Facebook-, es un joven sencillo, estudiante de Finanzas, que vive con su familia y sale regularmente con sus amigos, como cualquier otro chico.

Su afición más obvia es el póker, por lo que juega cada fin de semana en un billar cercano a su casa, cuando termina su trabajo en el bar. Después de varias horas de juego y algunos billetes ganados –a veces perdidos-, Rodrigo Astro se va a dormir, cuando sale el sol.


lunes, agosto 24, 2009

Far away, so close

“Amor de lejos, felices los cuatro”, reza el dicho popular, pero quienes se involucran en una relación a distancia parecen no estar inconformes con el casi nulo contacto que tienen con su pareja; incluso, hoy en día le encuentran numerosas ventajas a la tierra de por medio.

Claudia Altamirano

1925. Hannah Arendt, una brillante estudiante de filosofía se inscribe a la cátedra del maestro Martin Heidegger, a quien admira fervorosamente. La compatibilidad de sus pensamientos los lleva a entablar una febril relación amorosa que se ve interrumpida por la política, la guerra y los matrimonios de ambos, pero que logra sostenerse de una delgada cuerda: la correspondencia.
Siendo ella judía y él un miembro del partido Nacional Socialista, se vieron obligados a separarse geográficamente, tras lo cual, lo único que podían hacer para mantener el vínculo era leerse.

El idilio sufrió varias y largas separaciones, incluso de años, pero su afinidad intelectual, condimentada con el hecho de tener todo en contra, mantuvo ese sentimiento vivo por medio siglo, del cual sólo tuvieron contacto físico una tercera parte y el resto, el amor se alimentó sólo de palabras.

Las relaciones a distancia no son algo nuevo, ni algo propio de personas poco inteligentes –éstos filósofos lo demuestran-, ni nacieron con el Internet y la globalización –aunque su auge se ha dado gracias a éstos fenómenos-. El amor de lejos es tan viejo como el amor mismo, pero en la actualidad sus protagonistas ya no lo ven con resignación ni lo acompañan de gran desolación: hoy se ve como una opción llena de virtudes, incluso más que las relaciones cercanas.

Mayor comunicación, emociones más intensas, menos peleas y un mayor conocimiento del otro, son algunas de las ventajas que los amorosos en la distancia argumentan en defensa de su relación: la distancia los obliga a ser más honestos -pues el otro no tiene más opción que creer en lo que le dicen-; los hace valorar más el poco tiempo que pasan juntos y hablan mucho más que otras parejas, pues el único contacto que tienen durante semanas es a través del logos.

Ser sin estar. Apoyar al otro sin poder darle una palmada en la espalda, o una caricia en el cabello. Matar a la soledad sin desaparecerla. Mantener vivo el sentimiento de alguien que vive en otro estado, otro país, hasta otro continente, parece tan difícil que el pronóstico general para quienes lo intentan es el fracaso.

Pero los protagonistas del amor de lejos tienen otro punto de vista. No sólo se resignan a vivir sin su pareja –como las mujeres de los soldados o de los migrantes- sino que han aprendido a explotar las ventajas de la distancia y sortear la melancolía que provoca.

“Es que vernos es como si no hubiera pasado el tiempo, como estamos todo el tiempo conectados, escribiéndonos, por mensajes de celular.. estamos muy al tanto de lo que le pasa al otro. Yo sé cuando va al doctor, cuando tiene broncas en la chamba o familiares, y él igual”, argumenta Elizabeth, cuyo novio vive en Francia y con quien se ha encontrado cuatro veces; sumando los días, han convivido dos meses y medio, de un año en total.

Un océano de por medio

Se conocieron en una reunión de trabajo en Ámsterdam, donde salieron por una semana y luego volvieron a sus lugares de origen, sin pensar que ese romance vacacional trascendería. Hugo habla español, y en ese idioma empezaron a escribirse por email, vía por la que descubrieron sus afinidades y decidieron iniciar una relación. “Nos fuimos enamorando a través de mails, del messenger durante dos meses”, relata Elizabeth, hasta que él vino a México y se quedó un mes entero en su casa. Ha vuelto dos veces más y el último encuentro fue en París, donde ella permaneció sólo cuatro días.

Aunque admite que sí se ha cuestionado las posibilidades de esa relación y hasta dónde puede llegar, ella dice sentirse mejor con él que con nadie antes, y que, aun en la distancia, siempre se siente acompañada por él.

“Lo dejamos fluir, así comenzó y así ha llegado hasta aquí, no sabemos que pasará pero no perdemos tiempo discutiendo sobre un futuro que no existe, lo que existe es el aquí y ahora. Por eso también es tan intensa la relación, a veces cuando lo tienes cerca das por hecho que el otro siempre va a estar ahí y ya te ocupas de otras cosas”.

Tan lejos y tan cerca

Una constante de éstas relaciones es la sensación de estar más acompañados por el que está lejos que por los que se tiene cerca. “En ocasiones anteriores he tenido un abismo inmenso, emocional y físico, con personas que duermen a mi lado”, expresa Raúl, comunicador de 38 años cuya pareja, Constantino, vive en Tabasco.

“Cuando tuve un accidente hace poco, nadie fue a visitarme. En cambio, aun con la distancia que hay, mi contacto, lo que me recuerda que estoy vivo y que hay alguien que me quiere, son los mensajes de Raúl. Para mi es nutritivo”, agrega Constantino, de 30 años de edad.

Ésta pareja, que se buscó y encontró en Internet hace tres meses, se ha reunido sólo tres veces y sostuvo contacto virtual y telefónico durante tres semanas antes de verse por primera vez. “Sé que es muy importante la retroalimentación del contacto físico, pero a mí me llena espiritualmente saber que la conexión con él es muy fuerte, que tenemos un diálogo franco y un respeto absoluto por el otro”, afirma Raúl.

Es como el síndrome de Romeo y Julieta, afirma por su parte la doctora en psicología social, Sofía Rivera. La especialista coincide con los amorosos a distancia en que la comunicación se vuelve más efectiva que en la cercanía, pues mientras más lejos están, más necesitan saber del otro. “Eso parece obvio, basan su comunicación en la frecuencia más que en la profundidad, por la necesidad de saber qué sucede con algo que no veo”.

Sin embargo, Rivera advierte que lo que se puede decir a través de esos canales es ficticio, pues al no estar cerca de la pareja, ésta puede crear un ambiente o imagen que no corresponde a la realidad.

“Eso es lo que los mantiene adictos a esa relación; mientras les cause problemas por el traslado, por el riesgo de que el otro se involucre en algo más, por comunicarse diario, se mantienen ahí. En el momento en que vean que están cerca y felices, se desmorona”, refiere la catedrática de la UNAM.

Intimidad exprés

El tiempo –o la falta de él- es un factor determinante en el amor a distancia. El viajar dos, tres, ocho horas (por tierra o por aire) para encontrarse con la pareja implica que, los días que se ven, hacen todo juntos: comer, dormir, salir, compromisos sociales, trámites de banco, a veces hasta trabajar. Esto crea una intimidad forzada e inmediata, pues se comparten, desde el primer contacto, cosas y situaciones que regularmente vivirían hasta ya avanzada la relación.

“Es que yo pienso que saltas así porque no tienes el tiempo para sembrar algo más. Todo tiene que ser tan rápido, que te avientas lo de una relación de seis meses en una semana”, explica Jessica, asistente de producción televisiva de 25 años.

Jessica conoció a Carolina en un bar, a través de otra amiga, pero el contacto entre ellas sólo fue virtual durante las primeras dos semanas, posteriormente vía telefónica. Un mes después, se fueron juntas a Acapulco. Ahí empezaron su relación. Jessica vive en la Ciudad de México y Carolina en Morelia. Están por cumplir dos meses y se han reunido tres veces. “La relación ha sido muy extrema porque pasamos de la nada al todo inmediato”, reitera Jessica.

“Pero es muy diferente vivir una etapa de amasiato que vivir juntos”, refiere la doctora Rivera. Coincide con ella la maestra Lilia Joya, también catedrática de la Universidad, quien señala que cada encuentro de éstas parejas es muy intenso, porque cada nuevo encuentro está idealizado y fantaseado, “pero en el sentido estricto son relaciones que no responden a la realidad y a un proceso de crecimiento y maduración personal. En éstas relaciones lo que se busca es evitar la cotidianeidad, son mágicos los momentos juntos porque son situaciones aisladas que no tienen que ver con una situación de pareja real”, puntualiza la psicóloga.

¿Felices los cuatro?

“Para tener un amor de lejos debes tener 100 por ciento confianza en la otra persona”, afirma Aldo, estudiante y coordinador de campamentos para niños. “Si no confías, estás en el hoyo”. Este chico de 23 años sortea las desavenencias de su relación a distancia enfocándose en conocer más a Thalía, su novia de 19 años. “Cuando ella nota que te ocupas de conocerla y saber qué es lo que le hace sentir bien, hay menos posibilidades de que sea infiel”, dice.

Aunque la distancia entre ellos es menor –él vive en la capital y ella en Puebla-, las complicaciones no son nulas, por lo que Aldo refiere que, para sostener una relación así, realmente se debe saber lo que se busca en otra persona. “Si lo que tienes es lo que quieres, entonces no hay que discutir, si ella es lo que quieres, no te va a afectar mucho, por que harán lo posible por verse seguido”.

Es que viviendo en ciudades diferentes, salir con otras personas se vuelve pan comido, pero si éstas parejas caen en la trampa de los celos, su relación no durará, aseguran tanto especialistas como protagonistas. “En vez de estarme haciendo telarañas mentales trato de no fallarle”, recomienda Reynel, productor de televisión de 31 años.

Reynel y Saby llevan juntos un poco más de tres años, él viviendo en el Distrito Federal y ella el Toluca. La cercanía de éstas ciudades facilitó el contacto, de hecho, él trabajó varios años en esa ciudad, por lo que se veían todos los días; sin embargo, desde hace un año y medio sólo pueden verse los fines de semana, por el trabajo de ella y porque él ya no trabaja en Toluca.

“Yo llevo nueve años viviendo solo, sé manejar muy bien mi soledad. Entonces si de pronto me ataca el fantasma mejor me terapeo y procuro no estar pensando en eso; es como tu propia salud mental y eso lo reflejas”.

Y vale más que así lo hagan, pues la distancia hace crecer las dudas, ante la imposibilidad de saber realmente qué está haciendo el otro, o dónde está. “Es como ojos que no ven... Tienen que ser personas muy seguras las que crean este tipo de relaciones, porque de lo contrario se harían una obsesión. Deben ser personas, o muy independientes, o muy frías”, advierte la doctora Sofía Rivera.

Xeng-li conoció ese lado negativo de las relaciones a distancia. Cuando tenía 22 años, salió durante una semana con un chico que estaba de vacaciones en Tapachula, su ciudad, pero que pronto regresaría a Tamaulipas a seguir estudiando. Pese al escepticismo de ella, iniciaron una relación que duró un año y medio -encontrándose cada dos o tres meses- y que terminó cuando ella descubrió que él ya salía con otra.

Daños colaterales

Cartagena de Indias, Colombia. Mientras Alberto tomaba un curso de Ciencias Forenses, Lucy vacacionaba con su hija. Él, mexicano de 33 años, ella colombiana de 38. Se encontraron en un café del Centro; conversaron, salieron durante 15 días y luego ellas volvieron a su natal, Cali. Mantuvieron contacto vía email y así decidieron ser novios. Llevan un año juntos, durante el cual se han reunido cinco veces. Ya conocen a las familias de ambos y sí quieren formar una familia juntos, por lo cual contemplan la mudanza, ya sea a Cali o a Ciudad de México.

Alberto sostiene una muy buena relación con la hija de Lucy, lo que facilita sus planes a futuro, que espera puedan cumplirse en un plazo de un año.

Éstas relaciones, en las que los involucrados pueden vivir entre semana como solteros y los fines de semana como casados, funcionan hasta que la vida se empieza a complicar, como cuando alguno de los dos decide tener hijos, puntualiza la maestra Lilia Joya. “El cambio les va a costar muchísimo trabajo, porque la relación que tenían respondía a una serie de necesidades, no quiere decir que tenga que salir mal, pero les costará mucho”, afirma la psicóloga, “la comunicación tendrá que haber sido realmente buena, porque la necesitarán a la hora de aceptar el tener a otro en casa”.

Quien vive tanto las desavenencias del amor a distancia, como las complicaciones de la paternidad en ésta situación, es Noé. Como Elizabeth, Noé tiene un amor en Francia: una pequeña de cinco años, llamada Luna, a la que engendró con Marie, su ex asistente francesa, con la que sostuvo una relación de un año en México. Cuando supieron del embarazo, decidieron que Luna naciera en Francia, tras lo cual regresaron a México; pero Marie ya no quiso continuar con esa relación y decidió regresar a Poitiers, con su hija.

Así, Noé sólo vivió con su hija ocho meses y después, se convirtió en un amor a distancia. Mientras muestra las fotos de Luna, Noé cuenta que le llama por teléfono cada miércoles –el día de descanso general en Francia- y en las festividades; Marie le envía paquetes con dibujos, fotos y besos de Luna pintados con lápiz labial; le dibujan la silueta de su mano en una hoja y se la envían. Cuando hablan a través de Skype, la niña le canta una canción.



http://www.diasiete.com/09-08-2009/amandititita-contra-la-tele-desde-la-tele#more-4613

http://xml.diasiete.com/pdf/467/16REDESSOCIALES.pdf

jueves, mayo 21, 2009

Libros errantes

Con el objetivo de acercar a los niños a la lectura, en el estado de Morelos se creó La Vagabunda, un proyecto de biblioteca itinerante -único en su tipo- que promueve la cultura escrita a lo largo de esa entidad y que busca seguir su paso por todo el país.


Claudia Altamirano y Ricardo Arce
Foto: Javier Armas-Cerón
Publicado en Milenio Semanal: http://semanal.milenio.com/node/555

El pueblo estaba vacío. No había un solo cristiano en la calle, y la Biblioteca Vagabunda empezaba a perder la esperanza de recibir lectores ese día. Era 12 de diciembre y la fe había arrastrado a toda la población del municipio de Tlalnepantla (Morelos) a la iglesia, para celebrar a María de Guadalupe en su cumpleaños. Desesperanza de por medio, la Vagabunda abrió sus puertas y se dispuso a esperar. Al cabo de unas horas, el milagro sucedió: una oleada de niños -y adultos- abarrotó las calles y los niños corrieron hacia la Biblioteca. En pocos minutos, unos 300 pequeños revoloteaban dentro y fuera del tráiler, tomaban todos los libros de los estantes y elegían uno para leerlo. La Vagabunda se llenó de júbilo.


Uno de los que más emoción mostró con la lectura, el cuenta- cuentos y los talleres, fue Tomás, pero cuando le preguntaron si volvería al día siguiente, dijo que el trabajo en la nopalera se lo impedía. Por eso fue una gran sorpresa verlo llegar al día siguiente, ocultándose como proscrito en ese lugar que no sólo sirve para aprender, sino para refugiarse de una realidad decepcionante: los libros le habían cautivado de tal forma, que Tomás se escapó de la nopalera para leer.

Animados por el atrevimiento de Tomás, sus primos y hermanos lo siguieron y llegaron más tarde al tráiler de la Vagabunda, donde pasaron una tarde más saciando su curiosidad de conocer, aprender y, de paso, librándose de recolectar nopales bajo el rayo del sol. Y resulta comprensible: en esas condiciones es aun más difícil resistirse al encanto de la lectura. Viajar, saber, conocer cosas que la cotidianeidad no muestra y olvidarse de ella por horas: esa es la posibilidad que ofrece la Vagabunda: acortar la distancia entre los niños y los mundos ocultos en los libros. Se trata de una biblioteca infantil itinerante, instalada en un tráiler, con alrededor de mil volúmenes de 30 editoriales diferentes y con autores como Juan Gedovius, Gilberto Rendón, Francisco Hinojosa, Elena Poniatowska, Elena Dresser, María Baranda, Monique Zepeda, Bernardo Fernandez Bef, Antonio y Javier Malpica, entre los más conocidos.

Los niños -y sus papás- se ponen cómodos en dos grandes sillones de lectura que, en la parte trasera, tienen pupitres desplegables, para leer libros de gran tamaño, o tal vez dibujar o escribir; o en los ocho puffs que, en ciertas ocasiones, además de ser un cómodo asiento son utilizados como el área para echarse una planchita o un clavado.

(Foto: Ricardo Arce)

También se imparten talleres de elaboración de máscaras monstruosas, poesía, papiroflexia, títeres, pintura, dibujo y ciencia; actividades para las cuales el tráiler está preparado con concha acústica, tramoya para iluminación, instalaciones eléctricas para audio y plataforma para foro escénico. Armada con esa infraestructura, la Biblioteca Vagabunda ha recorrido 18 de los 33 municipios del estado de Morelos, su lugar natal, llevando lectura y talleres a los niños de esa entidad.

Buscando transformar la representación social de la biblioteca como un espacio serio, aburrido y formal, la biblioteca Vagabunda se erigió como un centro cultural itinerante cuyo espíritu es el de la promoción de la lectura y la escritura.

Para su arranque, se invirtieron dos millones de pesos en la biblioteca Vagabunda, de los cuales el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) aportó un millón 670 mil y el Instituto de Cultura de Morelos 200 mil pesos.
Bajo el lema de “leer y escribir cambian tu vida”, este proyecto -único en su tipo en todo el país y que recién cumplió su primer año- busca trascender sus límites territoriales y acercar la lectura a niños de otros estados, para lo cual sería necesario un mayor apoyo de las instituciones culturales federales o, en su caso, de los gobiernos estatales que quieran recibir a la Vagabunda.

La Biblioteca inició su viaje el día 30 de abril de 2008, en el municipio de Zacualpan, priorizando la visita a municipios y comunidades marginadas respecto al acceso a servicios culturales. Su nombre está inspirado en “El Castillo Vagabundo”, película de Hayao Miyazaki cuyo protagonista es un castillo mágico andante.

“Es un centro cultural itinerante enfocado a la promoción de la cultura escrita, dirigido fundamentalmente a niños y jóvenes. Es una manera de afirmar que la lectura y escritura son actividades que se pueden realizar en cualquier lugar”, afirma Bárbara Martínez, coordinadora operativa del proyecto de la Vagabunda.

Es como si se presentara el flautista de Hamelin en Morelos. En esas tierras del general Zapata, aparece de manera espectacular una biblioteca ambulante, para niños de todas las edades; una biblioteca que, como dicen ellos “es como en la película de transformers, a la que nomás le hacen falta hélices pa’ volar”. Esas alas las ponen los pequeños con su imaginación, con los libros y talleres que animan a la escritura.

Trabajar para un público infantil requiere de una capacidad especial, casi de una virtud, no sólo para lidiar con ellos, sino también para saber mantener su interés. Es por ello destacable la tarea que el personal de la Vagabunda lleva a cabo, pues no solo ha conseguido captar la atención de un público infantil cada vez más afecto a la tecnología y en un país poco cercano a la cultura, sino que incluso ha logrado venderla: tanto niños como adultos, salen de la Vagabunda buscando los libros que vieron en ella para adquirirlos.

“Como es un proyecto que se desarrolla en comunidades rurales, que regularmente tienen mucho rezago respecto a servicios culturales, los niños se sorprenden mucho de encontrar una unidad móvil. A veces dicen que es un robot, les emociona mucho el tema tecnológico y les gusta leer; los niños son el público que más lee, les agrada un sitio donde puedan hacerlo y disfrutarlo. Hay niños que se quedan todo el día, ni se van a comer”, relata Bárbara.

Entre ellos, brilla por su constante presencia una pequeña de siete años, de la cual el personal de la Vagabunda no conoce nombre, lugar de origen ni situación familiar, pero que asiste, invariablemente, a todo sitio donde se presente la biblioteca. Pareciera que le sigue los pasos.
Incluso hay testimonio epistolar del entusiasmo que la Vagabunda ha causado en los niños morelenses: muchos de ellos escriben cartas a la Biblioteca, en las que expresan su gusto y agradecimiento por el rato que pasaron en ella.

La última parada de la Biblioteca Vagabunda fue en Cuernavaca, en el marco de la tercera Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil de Morelos, celebrada del 2 al 4 de abril pasados. El auditorio Teopanzolco de esa ciudad albergó a la biblioteca, que no tuvo un minuto de tranquilidad: los niños iban y venían, permanecían un rato mientras miraban cada libro que atraía su atención en los estantes –o los que su estatura les permitía alcanzar-, mientras sus padres los esperaban y, de paso, leían algún libro de Mafalda o del monero Trino.

Después de leer –en algunos casos sólo después de ver algunas páginas- tanto los niños como sus madres preguntaban si los libros estaban a la venta, tras lo cual se dirigían a los puestos de las editoriales para adquirirlos.

Pero el entusiasmo desbordante no sólo era de los niños. Una mujer que llevó a sus dos hijos a pasar un rato en la biblioteca, tomó un ejemplar y lo leyó. Al cabo de un rato ya no podía parar de reír y, como la Vagabunda estaba ya por cerrar sus puertas, la señora escondió el libro al fondo de un estante, para poder hallarlo al día siguiente y continuar su lúdica lectura. Pidió disculpas por su atrevimiento pero pidió que no sacaran el libro de allí, y sugirió a uno de los encargados leer ese libro –del cual desconocen el título porque no supieron dónde lo ocultó-.
Cuando la biblioteca llega a comunidades como Telixtac (municipio de Axochiapan), los niños salen de sus escondites, caen de los árboles como frutos, llegan con esas sonrisas de sol que le ponen a sus dibujos y se quedan ahí, las siete horas que permanece abierta. Un fin de semana para escribir, leer y escuchar cuentos; para hacer poesía, escribir cartas imaginarias, para jugar y pintar, eso es la biblioteca Vagabunda.
La biblioteca Vagabunda se apropia de los espacios de interacción cotidianos de la comunidad: el mercado, la plaza pública, la fiesta patronal, la cancha deportiva, la plaza de toros. El objetivo, señalan sus creadores, es que los niños puedan consultar un libro en cualquier parte, que la lectura sea una de las actividades que realizan cotidianamente; que los talleres propicien espacios de imaginación y escritura para que, cuando la biblioteca se vaya, quede la curiosidad y la inquietud por leer y escribir.

Otro de los aspectos fundamentales de este proyecto es la creación de vínculos y convenios con otros actores civiles y gubernamentales interesados en el tema, como la Dirección Estatal de Bibliotecas Públicas, la Comisión Nacional de Fomento Educativo (CONAFE); gobiernos municipales, coordinadores de salas de lectura, así como grupos y promotores culturales, quienes se encargarán de dar seguimiento y acompañar a los potenciales lectores y escritores que se quedan en la comunidad.

Así, la Biblioteca sale a vagar todo el fin de semana cada quince días, con un reducido personal que hace posible el proyecto: un chofer, la coordinadora operativa, dos talleristas, un cuentacuentos y en ocasiones un artista o grupo artístico.

“Si tuvieras un amigo que viviera en un lugar lejos de aquí, ¿qué le dirías? Si pudieras decir una mentira, no una mentirita, si no una mentirota como ‘hace dos semanas un gigante vino a mi pueblo, y su cara medía más que mi casa y sus pies eran tan grandes como la nopalera…’ ¿Lo harías? Bien, hoy le escribiremos a un amigo imaginario esas mentirotas que a veces, nadie nos cree”. Así arranca Carmen Gamiño su taller “Palabras que vuelan”, en el que además de incitar a la imaginación mediante la escritura, los niños realizan un pequeño papalote con esa hoja. Al final, el cuento coloreado y volátil es tirado por un pequeño hilo.