viernes, abril 27, 2007

Debo estar loco

Publicado en el diario El Centro.
Foto: Octavio Hoyos

*A Misha.

La cárcel es un sitio peligroso y repulsivo, del que cualquiera huiría, de tener esta posibilidad. Pero aun entre los temibles centros de reclusión, existe uno al que cualquier reo quisiera ser trasladado: el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (Cevarepsi), una cárcel con atención psiquiátrica que recluye a 362 delincuentes inimputables; es decir, que al momento de cometer el delito no tuvieron conciencia o entendimiento de lo que hacían.

Aquí, los presos purgan condenas iguales a las de otros centros penitenciarios, pero aquí no circulan dinero ni drogas, no hay violaciones ni fajinas y la población es mucho menor, por lo que no hay hacinamiento, amén de que la comida, el medicamento y atención son mejores.

Pero los inimputables gozan de un beneficio mucho más atractivo que la comodidad: la preliberación es mucho más fácil para ellos, siempre que haya un familiar o aval responsable de ellos y de su tratamiento. Así, un preso condenado a 50 años puede salir del Cevarepsi en menos de un año si su familia garantiza que cuidará de él y demuestra sustentabilidad para el tratamiento.

Es por ello que muchos delincuentes simulan una enfermedad mental o una crisis para ser referidos a este Centro y, con suerte, ser recluidos permanentemente en ella: el 40 por ciento de los reos que ingresan al Cevarepsi estarán fingiendo para huir de alguna deuda en su reclusorio de origen o simplemente para purgar su condena más cómodamente.

De acuerdo con el jefe de la Unidad de Apoyo Técnico, Felipe García, de las 3 remesas por semana que llegan al Cevarepsi, integradas por entre 1 y 5 reos provenientes de los reclusorios, al menos dos son farmacodependientes que buscan evadir una deuda relacionada con su adicción, o delincuentes aconsejados por abogados o familiares para buscar su traslado a un mejor sitio.


Empero, en los diez años de historia del Cevarepsi, sólo un reo "cuerdo" permanece ahí, pero no porque haya logrado engañar a los psiquiatras, sino gracias a la corrupción de un juez que recibió dinero para declararlo inimputable.

Juan*, un comerciante de Tepito que, a sus 23 años, mató a otro por rivalidad en espacios de poder de la zona. Aunque fue farmacodependiente, no padece ningún trastorno mental, pero su familia ofreció dinero al juez (con éxito) para que el homicida purgara su condena de 50 años al lado de enfermos mentales y no de reos de alta peligrosidad.

Corrupción aparte, ninguno de los mentirosos ha logrado su objetivo, pues simular alucinaciones es apenas la primera parte del acto que tendrán que montar. "Cualquiera puede construir un discurso sicótico, pero en algún momento caen en contradicción y se delatan", afirma García.
El psicólogo precisa que su gestualidad y contradicciones los delatan en la primera entrevista y, si pasan de ahí, al poco tiempo evidenciarán su salud mental con una conducta mas segura, una inusual higiene y, principalmente, al negarse a seguir tomando un medicamento que ya les está provocando síntomas: angustia, sudoración, insomnio y temblores en las extremidades.

Aunque ya hayan fabricado una crisis nerviosa, voces y personas imaginarias o autoagresiones, una vez en el Centro, se investiga si tiene algún historial clínico que avale su padecimiento. De no existir, genera sospechas. Se les aplican diversos exámenes y el resto, resulta obvio para los especialistas.


Una vez descubiertos, los tramposos son devueltos al reclusorio.

*Nombre ficticio.



La casa ¿de la risa?


En la periferia del Reclusorio Sur se encuentra el Cevarepsi. Al llegar al ultimo de sus múltiples accesos, tres internos miran a los visitantes a través de una reja, curiosos, mientras las visitas se registran. La puerta se abre y Kurt Cobain da una estridente bienvenida con su música y sus advertencias suicidas. Cuando se portan bien, se les permite poner música, sin restricción de géneros.

La mayoría se acerca solamente a saludar, "Buenas tardes", dicen al extender la mano. Algunos se reúnen alrededor de la cámara para ver la foto que se les acaba de tomar. "Periodista, sáquenos una foto por favor!" grita en el área 1 un interno que fue encerrado todo el día por haber agredido a otro.

En el área 1 están los mas deteriorados y en la 5 los más funcionales. Algunos ya mayores, como don Joaquín Herrera, de 60 años; quien se queja de lo injusto de su sentencia: 2 años y medio por robar unos limpiaparabrisas.

Algunos internos son no solo funcionales, sino que son demasiado listos. Uno de los únicos dos reos que ejerce su derecho a la visita conyugal, ha pedido que se le permita la visita, además de su esposa, de su concubina; para lo cual tiene que tramitar su pase de entrada, disposición que está en proceso...


En contraste, hay al menos 20 a los que sus familias ya no los quieren ver más. Concluyeron sus condenas y permanecen ahí, pues no hay quien se haga cargo de ellos. En algunos casos, dice Don Felipe, es complicado pedir que se los lleven porque su delito fue violencia doméstica, de manera que al regresar con su familia seguramente la lastimará de nuevo.

Vergüenza

La mayoría de los enfermos mentales son abandonados por sus familias, pues retenerlos implica un costo muy alto en todos los sentidos: atender a una persona que no se vale por sí misma (en algunos casos), que tiene alteraciones conductuales, que es o fue drogadicto; amén del alto costo de su tratamiento: solo el medicamento cuesta alrededor de mil 500 pesos mensuales.

Por ello, los centros de reclusión para inimputables buscan a la familia para que, una vez concluida la sentencia, se lleven a su pariente; pues la ley impide a las autoridades liberar a un enfermo que no podrá ser responsable de sí mismo.

Sin embargo, ante la renuencia de algunos para llevarse a su familiar, algunos trabajadores sociales del Cevarepsi se han visto obligados a llevarles personalmente al enfermo hasta su casa, a fin de no dejarles otra opción mas que aceptarlo.

"El enfermo mental causa problemas en una familia (…) por eso normalmente lo ven como un descanso cuando se le encierra", señala Catalina Borcegui, subdirectora del Centro Femenil de Readaptación Social Tepepan y ex funcionaria del Cevarepsi. "Algunos hasta se cambian de domicilio o no abren la puerta, fingen que no los conocen".

La funcionaria explica que la búsqueda de los familiares empieza antes de que concluya la medida de seguridad o sentencia, a fin de sensibilizarlos respecto al problema y que no les cause temor recibirlos de vuelta. Se les ofrecen opciones de instituciones donde pueden asilarlos en caso de no poder mantenerlos, empero, se necesita la colaboración de la familia, "porque no es solo 'aquí se lo dejo' y ya".

Este abandono familiar es un agravante para el problema de sobrepoblación que de por sí tienen estos centros como todas las cárceles; por lo que, a decir de Felipe García, ya se analiza la posibilidad legal de acusar por "abandono de persona" a quienes no quieran responsabilizarse de su familiar.


De acuerdo con la doctora Consuelo Vázquez, directora del Cevarepsi, ésta situación lo vuelve un asilo, más que una cárcel. "Hay una dualidad jurídica", señala la doctora. "Por un lado nos dicen que no los podemos poner en la calle solos, y por otro nos dicen que no debemos tenerlos más tiempo del que dicta su medida de seguridad. Es una irresponsabilidad también el dejarlos salir a la calle sin que alguien responda por ellos".

"Los locos no se entienden"


Alejandro es un hombre alto, delgado, moreno, bien parecido. Era modelo y quería ser actor. Su adicción a la piedra arruinó estos planes, pero en el comercio también le fue bien. A pesar de sus errores, era un hombre talentoso. Hoy, asesora a sus compañeros en la alfabetización y sirve los alimentos, mientras purga su condena. Harto de los conflictos y abusos de su madre, la mató.
Abandonado por su padre a los 9 meses de edad, Alejandro sufrió prostitución infantil, incesto, violencia física e inducción a las drogas por parte de un esporádico padre. Este cocktail de vivencias se convirtió en esquizofrenia y, durante un brote sicótico aderezado con un añejado rencor, le golpeó la cabeza con un palo. "Me dolió mucho que yo siempre viera por mi madre y ella siempre detrás de mi, tocando la puerta para meterme el chocho en la boca", confiesa.

Su nivel de lucidez y el de estudios le impiden entablar amistad con sus compañeros. "Nuestro mal es psiquiátrico, entonces es muy difícil que dos locos se entiendan. No he podido sacar algo positivo de encuentros o pláticas con enfermos como yo".

Dos intentos de suicidio se suman a su historial, plagado de desgracias.

¿De que estabas tratando de escapar?

"Pienso que de la responsabilidad a madurar, siempre se me dio todo y la carencia es un momento de mi vida me resultó muy difícil... No quiero hablar de remordimientos, no quiero hablar de haber crecido en una familia disfuncional pero si el hecho de enfrentarme a mi mismo, me resultó muy difícil, de eso quería escapar".

Gente normal

Ángel no tiene, como Alejandro, un rosario de tragedias en su vida que vuelvan obvia su esquizofrenia. Una familia completa, negocios productivos en Zacatecas y un talento artístico inobjetable, no ayudan a explicar por qué violó a 8 personas y mató a dos de ellas. Frecuentes crisis de epilepsia que detonaron un brote sicótico puede ser la explicación, pero su comportamiento educado y sus obras de arte contraponen a la persona con el delito que cometió.
"La familia sobreprotege, cuando quise cortar el cordón umbilical ya estaba grande y fue difícil. Tuve crisis muy graves: en un periodo de 48 horas tuve 117 convulsiones (…) que me provocaron daño cerebral, por lo que caí en crisis sicótica, empecé a escuchar voces ", relata el reo.

En el taller, Ángel comparte la mesa con Quiñones, otro esquizofrénico lúcido y funcional. Muestran con orgullo la constancia de su tercer lugar en el concurso nacional de ofrendas. Una imagen de Fidel Castro en la pared hace confesar a Quiñones su empatía con el mandatario cubano.

"Lo que pasa es que mucha gente cree que un enfermo mental es demencia completa, pero es muy diferente. Si tiene buen comportamiento y una terapia, puede llevar una vida normal. Nada más que hay personas que se avergüenzan mas de decir que tienen un enfermo aquí, que decir que tienen un familiar en un reclusorio. Porque está loco. ¿Cuántas gentes afuera llevan una vida normal siendo esquizofrénicos? Más que nada es la falta de información".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buen reportaje. Me gustaría saber más detalles de tu visita. Ciao! Tutia Shushi ;)

Anónimo dijo...

Pues mira, yo estuve trabajando un tiempo en el CEVAREPSI y para ser sincera, no es nada facil para los reos ahi... se tiene mucho la idea d q ahi la condena es mas facel, que no hay otros agresivos y que puedes salir mas rapido, pero no es totalmente cierto. Si, las personas en CEVAREPSI no tienen una sentencia fija como en los casos de condenas "normales" pero en cambio no es muy seguro cuando saldran y puede ser que nunca lo hagan. Ahora, eso de que los otros reos no son violentos??? perdon, pero la peor golpiza que he visto en un reclusorio fue en el SEVAREPSI, te enfrentas no solo a esquizofrenicos y psicóticos, sino tambien a psicopatas, gente con psicosis organicas que pueden llegar a ser realmente peligrosas. Los abogados suelen recomendar que se hagan pasar por locos pero al final, por lo que yo vi, es mucho peor.

Anónimo dijo...

¡Hola!
Coincido totalmente con el segundo comentario anónimo, debido a una experiencia personal que viví hace algunos meses, cuando una persona muy allegada, de quien desconocíamos que sufría de bipolaridad esquizofrénica ( o algo así), durante una de sus crises dañó un auto que se encontraba estacionado. A partir de aquí se hizo más grande y dolorosa su ya de por sí escalofriante crisis. No quiero contar detalles del trato que se le dio en su peregrinar por la delegación a la que fue remitido, el Fray Bernardino y finalmente al CEVAREPSI. Es mentira que ahí la vida sea más fácil para los que llegan ahí, porque cuando por fin nos lo entregaron, después de haber pasado por migración por su carácter de extranjero, nos lo entregaron como un “Santo Cristo”, le robaron su ropa y le pusieron otra de sabe Dios quién, batido en su propio excremento porque lo mantuvieron encerrado sin permitirle ir al baño. Cabe mencionar que aún no logra recuperarse del todo de las lesiones.
Esta amarga experiencia la tuvo que vivir solo ya que por esas fechas su esposa se encontraba cubriendo una comisión de trabajo en el interior del país y no fue hasta que ésta regresó al D.F., angustiada porque el esposo no contestaba a sus llamadas, cuando se encontró con esta espantosa pesadilla. Quisiera olvidar todo lo que pasamos la esposa y yo, primero para localizarlo, llevándome una grata sorpresa después de mil llamadas y visitas infructuosas, cuando como última opción decidimos llamar a LOCATEL, dependencia que suponía inoperante e inútil, y fue ahí donde nos orientaron hacia él. Totalmente ignorantes de los trámites legales que procedían en ese caso y siendo fin de semana, fueron muchas horas las que pasamos sentadas en las jardineras que están frente al CEVAREPSI, esperando y esperando.
Así que no es tan fácil la vida en el CEVAREPSI, aunque cada quién plática de la feria, según le fue. Afortunadamente su esposa ya sabe de su enfermedad, se ha metido de lleno a informarse sobre ella para poder vivir una mejor vida con su esposo y su enfermedad.
Disculpe Señorita Claudia, pero así fue nuestra experiencia.