domingo, julio 29, 2012

I have to admit it’s getting better


El pesimismo ha sido siempre uno de mis mejores consejeros. La realidad es tan triste, que los malpensados apostamos siempre a ganar, y hasta nos aburrimos de tener siempre la razón. Pero últimamente me he dado cuenta de que perdí algunas de mis apuestas.

En la adolescencia creí que llegaría al final de mi vida sin ver al mundo cambiar. Muchas de las cosas que creí que moriría sin ver, ocurrieron tan simultáneamente, que sólo dimensioné los hechos desde el punto de vista periodístico- histórico, pero no advertí que estaba atestiguando cómo el mundo, después de todo, sí cambia.

Yo pensaba que había llegado tarde al mundo. Que las grandes revoluciones, los movimientos sociales que se escriben en los libros de historia sólo podría verlos ahí, y que esto era lo máximo a lo que podríamos aspirar. Bueh, denme chance, era adolescente.

Hoy estamos ya muy habituados al matrimonio homosexual, la adopción para estas parejas, la tolerancia hacia las diferencias religiosas y casi las políticas, y la discriminación es vista como una actitud cavernícola. Ya no es la regla, ya no es lo normal. Me queda claro que hay regiones del mundo donde la intolerancia sigue imperando, y aún hay problemas de hace dos siglos que nos siguen aquejando, pero ya no son mayoría, los liberales ya no son unos cuantos locos que creen que un día van a cambiar al mundo.  De hecho lo cambiaron, y gracias a eso, han ganado adeptos. Su locura es hoy una fórmula probada.

Y fue mi pesimismo el que me desanimó a intentar cambiar el mundo: nunca me adherí a ningún movimiento, nunca fui a una sola marcha, y creí que la sociedad jamás sería capaz de organizarse de una forma seria y efectiva para hacer girar las ruedas del cambio. La falta de fe me impidió unirme a las causas, así que me conformé con luchar yo sola por mis propias libertades.

Y creí que mi vida entera tendría que luchar –sola- contra los prejuicios y las mentes cerradas; contra la inconsciencia ambiental y el maltrato animal; contra la homofobia, las infamias de la religión católica y el libre ejercicio femenino de la sexualidad. Incluso, contra las iniquidades –e inequidades- del feminismo.

Les creí a los que me dijeron que no encontraría trabajo formal con tatuajes –y aún así asumí el riesgo- y hoy castigan a los que discriminan por este motivo; creí que debía resignarme a morir de enfisema porque luchar contra los fumones era caso perdido, y hoy existe la ley antitabaco en mi ciudad;  creí que siempre tendría que ocultar mi opinión sobre toros y toreros, y hoy hasta hay iniciativas legales contra esta práctica; creí que los gays siempre serían relegados y atacados y hoy son reconocidos legal y socialmente; creí que nunca conocería otra persona que reciclara el agua, separara la basura y pepenara residuos para su reutilización, pero hoy las iniciativas ambientales son cada vez más arriesgadas, más populares, redituables y muchas hasta son leyes.


Bueno, hasta creí que siempre sería un bicho raro mal visto por mi acidez, sarcasmo, pesimismo y honestidad insultante, y hoy resulta que hasta está de moda la “irreverencia”. Bah.

Lo único que espero ahora, es que el regreso del PRI no dé marcha atrás a todos los triunfos que la sociedad ha conseguido. It’s up to us. 

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