miércoles, abril 26, 2006

La limosna fomenta la vida en la calle

La vida en las calles es riesgosa y hostil, pero también es una amiga generosa que, apoyada siempre en la caridad, brinda a los indigentes lo necesario para sobrevivir, cancelándoles la necesidad de buscar un tipo de vida mejor.
Texto:Claudia Altamirano
Foto: Octavio Hoyos

Las calles que circundan la Torre del Caballito, en la colonia Tabacalera, cobijan a un grupo de adolescentes que sobrevive limpiando parabrisas, faquireando, pidiendo limosna. No tienen casa ni sustento, pero tienen de su lado la compasión de los transeúntes, que les dan dinero suficiente para comer y drogarse.

Sobre las líneas peatonales del cruce de Rosales y Reforma, uno de ellos coloca una playera con vidrios rotos y se recuesta en ellos, mientras otro pide a los automovilistas unas monedas por el espectáculo que ofrecen. Uno de ellos es José Marcos, quien afirma que, faquireando entre varios, pueden obtener hasta 200 pesos al día, de los cuales gastan alrededor de 60 pesos en activo, mariguana y cigarros.“Si ahorrara mi dinero y no me lo gastara en drogas, ya sería pa’ que tuviera unos discman o unos tenis, pero no”, lamenta Marcos.

Y es que la vida en la calle, además de ser riesgosa y hostil, “es una fiesta donde los chavos encuentran, de manera muy cómoda, todo lo que necesitan para vivir, toda la gente que les regala dinero o cosas hace que la calle sea un espacio habitable”, asegura Nery López, de la ONG Proniños de la Calle, organismo que dedica su labor a persuadir a los chicos de buscar un modo de vida mejor, otorgándoles los medios para lograr este objetivo.

Inicialmente, ésta ONG dedicaría su trabajo a dar albergue y cobijo a niños en situación de calle, basándose en la idea de que lo que ellos necesitaban era un hogar; sin embargo, como lo declara en el video institucional su director, Javier Garibay, “la gran decepción vino al darnos cuenta de que ellos querían regresar a la calle, porque ahí lo tienen todo fácil”, por lo que hoy en día, la organización altruista no ofrece albergue; en vez de eso, enfoca sus esfuerzos en mostrar a estos niños que una vida diferente es posible y deseable.

“Tenemos la creencia de que la calle es un lugar donde pasan frio, hambre y soledad. Hay una parte de eso, la calle sí es un lugar terrible para nosotros, pero tambien es, de manera muy indigna y sin ninguna estructura, una fiesta donde los chavos pueden hacer lo que quieran, sin obligaciones. Para ellos es una vida sin reglas, cosa que todo adolescente quisiera tener”, agrega Nery.

Por ello, cada peso que las personas le dan a un “chavo de la calle”, contribuye a asegurar su supervivencia ahí y anula su necesidad de buscar medios para vivir mejor. “Ese es el perjuicio, que le estamos diciendo al niño ‘quédate en la calle’. Y si hay alternativas para salir(...), para estar en otro espacio”.

Apoyo empresarial

Ésta problemática se agudiza en las grandes urbes, donde hay más gente y un mayor flujo económico, empero, es propia de todo el territorio nacional y de todas las edades: tan sólo en el Distrito Federal hay 12 mil 900 personas en situación de calle, de acuerdo con el Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS) del gobierno local, que cuenta a todas las personas que asisten a sus albergues; mientras que a nivel nacional, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) se encuentra actualmente realizando un operativo especial en albergues y puntos de pernocta para determinar cuántas personas en situación de calle hay en todo el país.

Para abordar este problema, los educadores de Proniños se acercan a los chicos en la calle, invitándolos a visitar el “centro de día”. Una vez ahí, se les dan dos alimentos al día y realizan actividades que fomentan la convivencia y la responsabilidad: actividades recreativas y deportivas, bañarse, lavar su ropa y sus trastes después de comer. Asimismo, el organismo tiene convenios con importantes hoteles y restaurantes para darles acceso a empleos bien remunerados, como el Club de Industriales, la Hacienda de los Morales y el hotel Gran Meliá, donde actualmente labora un chef que solía vivir en la calle.

“Se trata de trabajar para mejorar la imagen que tienen de sí mismos y que, por sí solos, deseen tener una vida mejor. Hay que tener esta conciencia de que si queremos que no haya niños en la calle debemos generar espacios donde si puedan vivir”, puntualiza el educador.

Así, desde 1997 a la fecha, Proniños ha ayudado a 466 niños a “salir de las calles”, atendiendo a 350 niños al año; de los cuales, 45 por ciento ha regresado con su familia, 43 por ciento ingresó a una casa hogar y un 12 por ciento optó por la vida independiente.

Padres estigmatizados

La reincorporación a su familia es posible cuando no hubo cuadros de violencia y abuso, lugar común donde la sociedad tiende a ubicar a un niño que escapó a las calles. De acuerdo con la experiencia de los educadores, esto no siempre es así. En algunos casos, apunta Nery López, se trata de familias muy numerosas y de pocos recursos en las que el padre, la madre o ambos deben cubrir varios turnos de trabajo para sostener a todos los hijos, lo que resulta en desatención para los mayores. “En esas familias no hay violencia, sólo incapacidad para atenderlos y, al empezarse a juntar con chavos que ya viven en la calle, terminan así. En esos casos es posible regresar con su familia porque hay un lazo afectivo, y nosotros sí creemos que el mejor sitio para un chavo es su familia, siempre y cuando ambos quieran”, refiere el educador.

Tal es el caso de José Marcos. Vivió toda su niñez con su bisabuela, quien al no poder cuidarlo más, lo llevó a Puebla con su padre, de cuya casa escapó a los 14 años por diferencias con su madrastra. Entre esos períodos fue apoyado por una familia cristiana que le dio asilo, “ahí me portaba chido, tenía mis cosas y todo pero luego probé las drogas y me vine para abajo”, recuerda. Desde entonces, su hogar ha sido el Paseo de la Reforma, donde lo encontraron los educadores. Anteriormente estuvo en otras instituciones de asistencia, mismas que abandonó porque “lo encerraban” o salía decepcionado por haber encontrado venta de drogas ahí mismo. “Aquí vienes y te dejas de drogar como 8 horas y convives con los demás. Afuera no tengo amigos, porque yo pienso que amigo es el que te echa la mano, no el que te pone una mona en la mano. Luego me chingan por todo (en la calle) pero ¿qué me queda? No tengo otro lugar donde caerle”, afirma el chico.

Pero aun teniendo sus necesidades básicas cubiertas, los chicos de Proniños quieren algo más: tienen planes para una vida mejor. Uno de ellos quiere estudiar mecánica y jugar futbol, otro quiere ser fotógrafo y comprarse su equipo digital para trabajar en eventos sociales. José Marcos no sabe qué quiere estudiar, “pero sí quiero salir de esto y aprovechar la oportunidad ahorita, porque no siempre voy a tener 16 años y luego no quiero estar como los otros que ya son grandes y no más ven como (los educadores) van por nosotros y se quedan viendo como diciendo…’no aproveché’”.

Reencauzar la caridad

Durante el desayuno, a las 10:30 horas, los chavos invitan a los visitantes a sentarse junto a ellos, pero les advierten que deberán lavar su plato al terminar. Los educadores les enseñan que para tener esos beneficios, hay que cumplir con algunas obligaciones.

“Nosotros nos basamos en la capacidad que tiene el chavo de decidir querer una vida mejor, que en la calle no la quiere. Y lo puede hacer, porque estira la mano y le dan un peso, o se va a faquirear o a limpiar parabrisas y todo el mundo les dá; sobre todo si están chiquitos, ¿Quién no le va a dar a un niño en esas circunstancias? Hasta yo lo hice”, confiesa Nery.

Pero para ser partícipe de la solución a este importante problema, asegura el educador, la sociedad debe asumir que, si le indigna que haya personas en la calle, debe generarles oportunidades de desarrollo, lo que no se logra regalándoles dinero, comida o ropa; pues nadie tiene oportunidad de desarrollar su potencial si simplemente tiene cubiertas estas necesidades básicas. En lugar de ello, señala, la sociedad puede ayudarlos apoyando a organismos e instituciones que tengan programas educativos y preventivos, que den una oportunidad de crecimiento a éstos jóvenes.

“Si tenemos esa conciencia vamos a dejar de dar dinero en la calle y vamos a generar realmente oportunidades de desarrollo, y no de seguir manteniendo el problema ahí, que es lo que sucede cuando damos limosna. Al hacerlo le decimos ‘ahí estás bien’ y nos estamos cubriendo pensando que le va a ayudar. Ellos tienen comida, los comerciantes les dan a cambio de que les laven los trastes o que les carguen el agua, o la misma gente se las regala. Ese dinero le va a ayudar para drogarse”.

Por tanto, Nery López recomienda que, al toparse con ellos en las esquinas, los cruceros o el transporte público, se les regale una sonrisa o una palabra de aliento y no dinero, “los chavos no siempre muerden, si te les acercas con cariño o quizá interesado realmente, puedes alentarlos de esa manera, pero no dándoles dinero. Tenemos que generar esa conciencia, enfocar de otra manera la caridad”.




2 comentarios:

marisol ramirez dijo...

es un excelente comentario que por cierto es la realidad la felicito por esa manera que tiene para decir lo que es una triste realidad

Claudia Altamirano dijo...

Muchas gracias, Marisol.

Saludos!