sábado, marzo 17, 2007

Doble condena

En el penal femenil de Tepepan, las internas no pueden celebrar el ser mujeres. Presas y con enfermedad mental, reciben menos atención familiar y juicios más severos, por parte de una sociedad que no perdona que esos delitos hayan sido cometidos por una mujer.

Texto y fotos: Claudia Altamirano

Teresita se apresura a escribir un número de cuenta bancaria en un papel, para dárselo a la licenciada antes de que se vaya. “Tome de ahí lo que guste”, ofrece a la subdirectora del penal, Catalina Borceguí. “Cuente con murallas y carrales completos”, dice la hoja que le entrega. Más abajo, en una especie de posdata, escribe una petición especial: “¿Me deja ir a mi casa particular? Aquí no me hallo”.

Robo de infante es el delito por el cual Teresita fue recluida. Esquizofrenia el padecimiento que la llevó al penal de Tepepan, a donde son trasladadas las inimputables, es decir, mujeres que cometieron un delito como resultado de un trastorno mental. A pesar de haber sido una notable doctora y tener un nivel económico desahogado, hoy Teresita pasa el tiempo bordando manteles y escribiendo innumerables cartas en las que siempre pide lo mismo: ir a un sitio donde pueda hallarse a sí misma.


El antiguo Centro Médico de los Reclusorios se convirtió, luego de sólo dos años de operación como tal, en un penal femenil con una población actualmente muy pequeña -189 contra los miles que suele haber en otros penales-, por lo que las internas viven holgadamente en comparación con los penales varoniles y, más aun, con el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (Cevarepsi), la cárcel para enfermos mentales que, con una capacidad para 200, recluye a 353 internos.

En un área especial para ellas, las 61 internas psiquiátricas de ese penal reciben tratamiento y permanecen ahí, divididas del resto de las internas por sólo una puerta que se abre fácilmente. Los pasillos son largos, anchos y luminosos; las áreas verdes son tan extensas que hay varios árboles frutales y se les permite, incluso, dar albergue a decenas de gatos, que acompañan a las internas en su encierro, a cambio de la comida que hallan en la basura y un cómodo lugar donde vivir.

Ellas lavan a mano su ropa, tienen una televisión donde ver “sus novelas”, un reproductor donde escuchar la música que prefieran y un auditorio donde ensayan un bailable. Casi todas bordan o tejen mientras toman el sol. El aspecto del lugar es de un asilo o un lugar de descanso, pero la sala de visitas revela la otra realidad: todas las sillas están montadas sobre las mesas, pues casi nunca reciben visitantes.

A diferencia de los internos del Cevarepsi, donde algunos incluso reciben visita conyugal, las mujeres de Tepepan están prácticamente olvidadas: los familiares parecen no querer saber nada de su pariente; la que se robó un niño, la que mató a sus hijos o a su madre, la farmacodependiente, la loca. La hija de una de ellas, viaja hasta el pueblo de Tepepan, en la delegación Xochimilco -donde se encuentra ubicado el penal-, para llevarle ropa y provisiones a su madre, pero nunca entra a verla.

Es por ello que la condena de las inimputables no es más fácil de sobrellevar que la de los hombres, aunque la purguen en un penal mucho mejor que el resto. El beneficio de preliberación al que tienen derecho por su enfermedad mental, no puede aplicarse si no hay un familiar que se haga cargo de ellas y garantice la continuidad de su tratamiento; por lo que, incluso al haber cumplido su sentencia, muchas de ellas no pueden abandonar el penal, al no tener nadie que responda por ellas. Las autoridades tienen prohibido poner en libertad a un enfermo mental que podría acabar en la calle y, al no estar medicado, sufrir un nuevo brote sicótico, que le llevaría a cometer otro delito.

Por si fuera poco, las necesidades particulares de las mujeres se complican en un sitio como éste. Durante su recorrido, la subdirectora se topa con múltiples peticiones y quejas, desde llamadas a un abogado hasta pleitos entre internas, por mera intolerancia. Una anciana alta, muy delgada, de cabello lacio y muy largo, le pide atención exclusiva para acusar a Valentina e indicarle que ya no hay pañales, por lo que tuvo que ensuciar sus pantalones. La licenciada le dice que va a revisar eso, siempre y cuando no los quiera para venderlos, pues la anciana, dice, hace su negocio con ellos. Más adelante, Valentina le da su propia queja y se molesta porque postergan sus peticiones.

“Las mujeres son más difíciles de controlar”, señala la funcionaria, al compararlas con los varones inimputables. “Son más desobedientes, caprichosas y demandantes”.

Muy pocas permanecen en silencio, pero ninguna grita ni se violenta. Casi todas se acercan a hablar con Borceguí, a mostrarle el avance de su “costurita” (bordado), a preguntarle cuando saldrán de ahí, a reclamar por su presunta inocencia. Miriam es de las pocas que sonríen; es una chica muy joven, de complexión robusta y rostro amable, que no dice nada, sólo se acerca un momento y sonríe a los extraños.

Mientras en el Cevarepsi todos los hombres se acercan a saludar a los visitantes y su guía, extendiendo varias veces su mano, diciendo “Buenas tardes” y pidiendo salir en la foto, las mujeres de Tepepan son más bien reacias, algunas miran a la visita con desconfianza y ninguna pide ser fotografiada. Temen ser expuestas y que el rechazo de la sociedad sea aun mayor.

Su experiencia con la prensa no ha sido del todo satisfactoria. Claudia, una mujer de más de 50 años que ha pasado los últimos 18 pagando por el homicidio de sus hijos, fue difamada en una pseudo investigación realizada y televisada por Carlos Trejo, el “cazafantasmas”. Buscando material para su programa, Trejo entró a la casa que Claudia habitaba, pidió información sobre su caso y aseguró cosas que nunca sucedieron; pero la esquizofrenia paranoide de Claudia impide que proceda una demanda por difamación. Por ello y a pesar de su gran amabilidad, su dulce voz y su impresionante belleza, Claudia no quiere hablar ni ser fotografiada.

Robo es el delito más común en éste centro de reclusión y la esquizofrenia el padecimiento más común; mientras que la mayoría de las enfermedades mentales están asociadas a la farmacodependencia. El factor genético es muy poco frecuente pero sumamente poderoso, pues ha llegado a destruir una familia entera. Una interna que padecía esquizofrenia, cuenta Catalina Borceguí, fue referida a ese penal por haber matado a su hermano, quien también era esquizofrénico. En contraste, otra mujer que mató a su madre durante un brote sicótico, obtuvo su preliberación a los nueve meses de haber ingresado, gracias a su hermana; quien comprobó tener los recursos y la voluntad de hacerse cargo de ella y de su tratamiento, con la seguridad de que los medicamentos la mantendrían exenta de nuevo brotes sicóticos y que ambas estarían a salvo.

Para no soslayar el Día Internacional de la Mujer, funcionarias e internas del penal de Tepepan preparan una serie de eventos a llevarse a cabo el 8 y 9 de marzo. Los preparativos y el evento en sí mismo rompen con la rutina de un sitio que, pese a su aspecto tranquilo y por momentos acogedor, sigue siendo una cárcel; donde las mujeres pagan una doble condena: la del delito que cometieron y la del mal que padecen, cuya verdadera dimensión y sufrimiento son conocidos sólo por ellas.

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