jueves, julio 24, 2008

50 años vendiendo dulces en Coyoacán

Claudia Altamirano

Hace medio siglo, el Jardín Hidalgo de Coyoacán era un parque público donde pasear con la familia, con apenas algunos locales comerciales y jardineras. No había puestos tubulares, lonas ni bancas para sentarse. Sólo podía verse entre las filas de autos algunos vendedores que, canasta en mano, iban ofreciendo sus productos a cada automovilista; cuidándose siempre de las autoridades, que los retiraban en cuanto los descubrían.

Una de esos vendedores es Martha Martínez, que entonces era una niña de doce años acompañando a su madre y sus tías a vender dulces de amaranto que ellas mismas fabricaban. Procedentes del pueblo de Tulyehualco, Martha y su familia continuaron con la tradición, iniciada con sus abuelos, de fabricar y vender dulces típicos. "Íbamos al principio mi mamá, dos de mis tías, un primo y yo, pero luego mis tías se casaron y ya no fueron a vender. Andábamos caminando en los parques pero no había tanta gente como ahora, teníamos que acercarnos a los carros con la canasta, ya la gente nada más bajaba el vidrio y nos compraba por ahí pero no se bajaban. Vendíamos más en frente a la iglesia y en una nevería", recuerda la comerciante.

Cuando la familia Texcalpa llegó a Coyoacán, el número de vendedores no rebasaba las veinte personas; entre los cuales Martha recuerda a la señora de los globos, el señor de los rehiletes, el de los merengues. Poco a poco fueron llegando más comerciantes, pero no desconocidos: la prosperidad de la venta en el Jardín Hidalgo hizo que los vendedores empezaran a llevar a sus familiares a vender junto con ellos. "Son los abuelitos de cada giro de hoy", bromea Martha con sus hijos.

Al principio, los policías no los dejaban vender en el parque, por lo que doña Guadalupe se metía con sus hijos a la iglesia cuando eran descubiertos. Pero la renuencia de las autoridades delegacionales a permitir la instalación de vendedores fue mutando y cediendo: con los años, la canasta fue sustituida por un plástico en el piso, luego llegaron las cajas y, después de casi 40 años, se les permitió colocar un puesto tubular. "El delegado no quería que un área cultural se volviera tianguis", recuerda, pero la persistencia de doña Guadalupe, la madre de Martha, rindió frutos: se dedicó a negociar con las autoridades de vía pública y, con el tiempo, no sólo logró que les permitieran instalarse, también formó la asociación Centro Histórico de Coyoacán, que hoy agrupa y protege a los miembros de su familia que se dedican al comercio.

"Yo dejé de ir muchos años porque me casé, pero cuando volví, ya todo estaba cambiado. Pero como mi mamá ya estaba ahí, me fue más fácil entrar nuevamente. Ya había un padrón y varias asociaciones, ya todos estábamos anotados", relata doña Martha. Gracias a sus negociaciones y su empeño, Guadalupe Texcalpa ha podido vender dulces en Coyoacán durante más de cincuenta años, y son ya tres generaciones en la familia las que han vivido de ese negocio, con ocho puestos en total. "No les di herencia, pero que más herencia les podría dar que ésta? Porque el dinero se lo acaban, pero esto no", decía doña Guadalupe a sus hijos cuando les enseñaba a fabricar los dulces.

La familia Ramos Martínez forma parte de los 500 artesanos y comerciantes que fueron reubicados por la delegación Coyoacán en la Alameda del Sur; debido a las obras de sustitución del drenaje y agua potable en los jardines Hidalgo y Centenario. Aunque las autoridades señalan que se trata de una medida temporal y que sólo los mentendrán en la Alameda del Sur por cuatro meses, los comerciantes temen que ya no los dejen volver.

El sábado 5 de abril fue el primer día que la familia Ramos acudió a la Alameda del Sur a vender, pero están a disgusto porque ahi no pasa la gente, apenas venden y se llenan de polvo, tanto ellos como sus mercancías. Ese fin de semana ganaron cien pesos "y hubo gente que ni se persignó".

"No nos dieron opciones", dicen. "Era la Alameda Sur o nada, y pues de estar sin hacer nada a sacar aunque sea unos pesos, pues mejor nos fuimos allá, porque la necesidad nos gana. Aunque todos tienen empleo en diversas dependencias del Sector Salud, consideran al comercio como un ingreso mucho más estable, de ahi su preocupación.

No así en el caso de Roberto, uno de los hijos de doña Martha, para quien el comercio es su única fuente de ingreso. "Ahorita sí nos la estamos viendo difícil", pues tanto él como su esposa se dedican a eso y tienen tres hijos.
Pero su actitud es de conciliación, más que de enfrentamiento. Quieren cooperar con las autoridades delegacionales, resistir esta mala racha y respetar las determinaciones del gobierno "hasta donde se pueda". "Sólo pedimos nuestro espacio para trabajar".

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